Editorial: Pérdida de memoria
Editorial: Pérdida de memoria

Si hay un tema incómodo para el fujimorismo, es el pasado. Esto, pues en la herencia política del fujimorismo no solo se aglutinan los logros en materia económica y en la lucha contra el terrorismo, sino también los gravísimos atropellos contra los derechos humanos, la ruptura del orden constitucional y una corrupción que colmó gran parte del aparato estatal. 

Quizá esa incomodidad tenga mucho que ver con la errónea idea de que reconocer y renegar de los pasivos del pasado implique también abdicar de sus activos. Eso explicaría por qué, al encontrarse expuestos a preguntas o cuestionamientos relacionados con la década de 1990, varios representantes del partido naranja recurren a las evasivas, cuando no al ataque frontal.

La congresista reelecta y probable futura presidenta del Congreso, Luz Salgado, dio un reciente ejemplo de este tipo de reacciones. En una entrevista publicada el último domingo en este Diario, al ser preguntada acerca de quiénes personificaban el antifujimorismo, afirmó que “lo que hay contra el fujimorismo obedece a gente que fue metida a la cárcel, gente mezclada con Sendero y MRTA. Son gente a la que no le gustó que le rompiéramos un proyecto político”. Esta respuesta motivó una serie de reacciones críticas, entre ellas la de Verónika Mendoza, quien la acusó de estigmatizar a quienes se oponían al proyecto fujimorista. 

Tras ello,  y haciendo eco de las declaraciones de la señora Salgado, el congresista Héctor Becerril lanzó ayer un tuit en el que parafraseaba primero a la señora Mendoza: “V. Mendoza: Nos quieren estigmatizar como terroristas” y añadía luego: “¿Y la bandera roja con la hoz y el martillo de SL [Sendero Luminoso] que te encanta?”. 

El tuit mostraba una imagen de la ex candidata del Frente Amplio con una bandera de Sendero Luminoso en el fondo. No obstante, a los pocos minutos se comprobaría que la fotografía era falsa y que la bandera había sido insertada, conforme lo reconoció posteriormente el propio congresista Becerril, aunque reafirmándose en el sentido de su comentario sobre las supuestas simpatías de la lideresa izquierdista.

Despotricar contra quien representa una postura antagónica, sin embargo, no solo es un método falaz de dialéctica, sino también un indicio de la precariedad de argumentos por parte de la persona que recurre al oprobio o, cuando menos, su deseo por evitar el tema. 

Un ánimo de evasión que se trasluce también en la misma entrevista de la congresista Salgado, quien evidenció su malestar ante las preguntas vinculadas con el ex asesor Vladimiro Montesinos: “No, yo no voy a seguir en el tema del pasado… no me voy a detener a responder ni dar más explicaciones”. Y hace una semana en las respuestas de los congresistas Rolando Reátegui y el propio Becerril, quienes restaban importancia a las declaraciones de la congresista electa Rosa María Bartra, quien había dicho que el golpe del 5 de abril “en la forma y en el fondo era necesario”, y en su defensa argumentaba –Becerril– que no era “oportuno seguir hablando de algo que ocurrió hace tantos años”.

Así, tenemos que ante un desliz –por decir lo menos– de un representante del fujimorismo, le sigue el fundado cuestionamiento de un sector opositor, y un posterior contra-ataque o una evasiva airada por parte del fujimorismo. Esta progresión de desliz-crítica-ataque se ha convertido en una práctica tan recurrente que termina por menoscabar los esfuerzos de Keiko Fujimori por deslindar con el pasado, y sembrar dudas sobre la sinceridad de la prédica del nuevo fujimorismo.

Mientras  se mantenga esta disonancia entre el discurso de Keiko Fujimori y las reacciones de sus adláteres, lo más probable es que la memoria de la gente que rechaza el proyecto fujimorista se reavive cada vez que les falle la memoria a sus representantes al momento de recitar un discurso al parecer aprendido pero no interiorizado y se ponga de manifiesto en nuevas declaraciones “inoportunas”.  Es decir, que el pasado siga pasando factura al presente y futuro del fujimorismo