Editorial: ¿Los perros ladran?
Editorial: ¿Los perros ladran?

La adulteración y el falseo son costos habituales de la gloria literaria. A Homero se le atribuyeron desde la antigüedad varios poemas épicos hoy perdidos y de calidad incierta. Y al pobre , poco después de su muerte, unos versos en los que supuestamente se arrepentía de no haber contemplado más atardeceres (¡él, que quedó completamente ciego 26 años antes de morir!) y no haber comido más helados.

De modo semejante, Cervantes ha sido a lo largo de la historia víctima de algunos hacedores de frases que, en su afán de dotar a sus ocurrencias de un linaje venerable, se las atribuyeron alegremente a . La más conocida de ellas es una que, aunque con variantes, dice en esencia lo siguiente: “Sancho, si los perros ladran es señal de que avanzamos”. La expresión es ciertamente sonora, pero no figura ni en la primera ni en la segunda parte de la novela; y, puestos a hablar de obras apócrifas, ni siquiera en el llamado “Quijote de Avellaneda”.

Curiosamente, sin embargo, fue esa la frase que, durante una entrevista con la agencia Efe, el presidente Humala eligió la semana pasada para aludir a quienes desde el Congreso y la prensa insisten en investigar a la señora Nadine Heredia por sus vínculos con Martín Belaunde Lossio. “Como dice una novela, ‘Don Quijote de la Mancha’, cuando ladran es señal que estamos avanzando [sic]”, fue la versión exacta que el mandatario ensayó de la trajinada fórmula.

Pese a todo, la fallida identificación con ‘El Caballero de la Triste Figura’ que intentó el jefe del Estado se puede entender. Después de todo, al igual que don Quijote durante sus andanzas, de un tiempo a esta parte él va leyendo la realidad que se ofrece a sus ojos en una clave personalísima y, además, siente que lo persiguen.

No es que antes el presidente no incurriera en victimizaciones de sí mismo, su esposa o el gobierno sin asidero en los hechos –como cuando advirtió de la existencia de candidatos que “quieren tumbarse los programas sociales”–, pero últimamente la tendencia se ha agudizado.

En la frase que comentamos, por ejemplo, no solo vuelve a asociar a los que promueven la investigación de los movimientos financieros de la primera dama con perros (“jauría” los llamó hace unos meses y ahora ha dicho que “ladran”), sino que adicionalmente habla de “avance” en un contexto en el que su aprobación y la de su señora –según la última encuesta de GfK– han caído a niveles de 10% y 11%, respectivamente. Es decir, una perfecta combinación de delirante denuncia de acoso e interpretación caprichosa de la realidad.

Su gran objeción a las mencionadas investigaciones, por otra parte, fue que “no hay nada que demuestre algún tipo de vinculación” entre la señora Heredia y Belaunde Lossio. Pero olvidó que, para ser iniciada, una investigación no requiere de pruebas, sino de indicios. Si todo estuviera demostrado, la investigación sería innecesaria. 

En los días siguientes a esa entrevista, no obstante, el presidente insistió y llamó a la Comisión Belaunde Lossio “ilegítima y probablemente ilegal” y comparó su proceder con los ‘juicios populares’ de Sendero. Y en su eterna confrontación con la prensa, a la que él parece ver como el Quijote veía al sabio Frestón (“un sabio encantador, grande enemigo mío, que me tiene ojeriza”), sentenció: “La libertad de expresión, cuando no hay reglas, se convierte en la ley de la selva y eso no podemos permitir [sic]”.

Es decir, en apenas tres días, se inmiscuyó en las labores de fiscalización del poder del Estado llamado a controlarlo y comparó a algunos de sus miembros con la peor caterva de asesinos que ha dejado huella en nuestra historia, al tiempo de insinuar que la prensa libre está dominada por salvajes cuyas actividades podrían ser constreñidas en cualquier momento desde el gobierno.

¿Pudo acaso haber pronunciado un cúmulo de frases más desafortunadas y que lo malquistasen tanto con dos componentes esenciales del sistema democrático? Difícil. Y lo peor de todo es que lo ha hecho a solo semanas de la llegada de Fiestas Patrias y el inicio de su último año de gobierno. Es decir, cuando más cerca debería tenerlos. Una triste figura, sin duda, y sin siquiera el atenuante de comportar una evocación adecuada del Quijote.