El constante contexto de conflictividad social en el que vive nuestro país, donde desde hace varios años la Defensoría del Pueblo reporta más de 200 conflictos entre activos y latentes cada mes, nos tiene ya acostumbrados a cierto libreto: se desata una protesta en la que se recurre a métodos que hacen caso omiso del principio de autoridad, la ley y los derechos de terceros, y el Gobierno responde con la instalación de una ‘mesa de diálogo’ que da pie a que los manifestantes busquen imponer condiciones de diversa naturaleza.
Al problema que supone la adopción de métodos de protesta ilegales o delictivos (como la toma de vías públicas, o la ‘retención’ de funcionarios públicos o de alguna empresa, que no es otra cosa que un secuestro), viene a sumarse entonces la circunstancia de que, ya sentados a la mesa con intimidados negociadores del Estado, los manifestantes sienten con frecuencia que a su justo o injusto reclamo inicial pueden agregar exigencias descabelladas que poco o nada tienen que ver con este.
Parafraseando un viejo refrán, parecen persuadirse de que, puestos a pedir al cielo, si piden poco, son necios o están locos.
Esto es lo que ha ocurrido recientemente en el distrito de Aguas Calientes (Cusco), donde los últimos días de octubre, el alcalde distrital, David Gayoso García, anunció que el Frente de Defensa de Machu Picchu convocaría a un paro de 48 horas entre el 14 y 15 de noviembre para reclamar por ‘mejores servicios’ a la empresa de transporte ferroviario Perú Rail, lo que ha tenido como consecuencia que algunos manifestantes tomaran la semana pasada la vía férrea entre Ollantaytambo y Machu Picchu.
El problema se inició con una falla en la conexión a Internet en Aguas Calientes que dificultó la venta de boletos a turistas y residentes locales, pero escaló rápidamente a un asunto mayor. En diálogo con este Diario, Gayoso sostuvo que en la zona habitan alrededor de 15.000 personas que requieren el servicio de tren, pero que a menudo Perú Rail no ofrece la cantidad de boletos suficientes, pues estos se agotan con los cerca de 3.000 turistas, nacionales y extranjeros, que también utilizan el servicio cotidianamente.
A esa queja Perú Rail ha respondido explicando que brinda 12 servicios diarios con el tren local que pueden ser utilizados por los ciudadanos de Aguas Calientes. Y la verdad es que, si a pesar de ello se verificase que la oferta no satisface a la demanda local, para justificar la protesta habría que demostrar que hacerlo es parte de las responsabilidades de la empresa ferroviaria según su contrato de concesión.
Más allá de eso, por otra parte, lo que de ninguna manera se justifica (además de la toma de las vías férreas), es el resto de demandas planteadas por el Frente de Defensa de Machu Picchu, a través de su presidente Óscar Valencia. Según él, ya no solo se trata de que Perú Rail ofrezca un servicio más satisfactorio a los vecinos del lugar, sino además de suspender la venta de artesanías y almuerzos en los trenes (para que no compitan con la provisión local de esos bienes o servicios), y de que el Ministerio de Cultura cancele la construcción de un centro de interpretación en Machu Picchu para los turistas, pues de hacerlo –auguran– se podrían construir en el futuro nuevos hoteles que les quitarían clientes.
Se demanda, asimismo, que dos de los vagones de los trenes sean de uso exclusivo para ciudadanos locales, que dos más sean para residentes de las provincias de Urubamba, Anta y La Convención; y dos más para turistas nacionales. Y, finalmente, que se revise la ampliación de diez años de concesión al hotel Sanctuary Lodge y que Telefónica mejore el servicio de Internet en la zona. En otras palabras, lo que está detrás de todas estas peticiones es el mercantilismo, uno que busca obtener por la fuerza, y a través del Estado, privilegios para sus propios negocios.
Entonces, del ya discutible reclamo por mayores cupos exclusivos en los trenes disponibles, los manifestantes han pasado a exigir una situación en la que diversas empresas –Perú Rail, Telefónica, Sanctuary Lodge– y el Estado hagan lo que, literalmente, se les antoja. Como si estuvieran, realmente, pidiendo al cielo.
Lo que está por definirse en esta mesa de negociación, en consecuencia, es quiénes de los que están sentados a ella son los necios; y quiénes, los locos.