(Foto: AFP/Mandel Ngan)
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/ MANDEL NGAN
Editorial El Comercio

Cada vez que una crisis ha sacudido al mundo, tanto la comunidad internacional como los estadounidenses han confiado en la capacidad de quien ocupa la Casa Blanca para asumir un papel protagónico y liderar el camino hacia la normalidad. Ocurrió, por ejemplo, con John F. Kennedy y su manejo criterioso del conflicto por los misiles soviéticos en Cuba y, aunque mucho puede decirse de las consecuencias a largo plazo de sus decisiones, ocurrió con George W. Bush inmediatamente después del 11 de setiembre del 2001 (registró niveles inusitados de aprobación).

Hoy, el país norteamericano está siendo duramente asolado por el coronavirus. La nación tiene más de 600 mil casos confirmados y más de 25 mil muertos –cifras muy por encima del resto del mundo–, y el manejo de la emergencia del presidente Donald Trump ha dejado mucho que desear.

Para empezar, el mandatario pasó mucho tiempo minimizando el impacto de la infección en su país. A fines de febrero, por ejemplo, a través de su cuenta de Twitter, aseguró que “el coronavirus está prácticamente bajo control” y repartió afirmaciones sin verdadero respaldo científico, como que el virus podría desaparecer conforme aumente la temperatura con el cambio de estación.

Asimismo, el presidente estadounidense demoró en reconocer, como otros de sus pares, la importancia del distanciamiento social para enfrentar el avance del agente viral. Además de lo anecdótico, como las conferencias de prensa en las que participó flanqueado de cerca por múltiples funcionarios de su administración, se tardó en aceptar las medidas restrictivas como mecanismos importantes durante la pandemia. Recientemente, el especialista en enfermedades infecciosas y miembro de la fuerza de trabajo para enfrentar el coronavirus de la Casa Blanca, Anthony Fauci, aseveró que “obviamente” pudieron haberse salvado más vidas si se hubiera actuado antes.

Y si todo lo anterior ya denota irresponsabilidad y desidia, cualidades peligrosas en un líder con tanto poder, en los últimos días Trump ha confirmado que es incapaz de mantener unida a su nación durante la crisis. En efecto, al hablar sobre cuándo se “reabrirá” el país, el presidente afirmó erróneamente que ello dependería solo de él, sugiriendo que pretenderá pasar por alto la autoridad de los gobernadores de cada territorio –de la cual en un comienzo se valió para escamotear la responsabilidad de su gobierno a la hora de implementar medidas de aislamiento–.

La circunstancia suscitó que la prensa lo enfrentara durante una conferencia en la Casa Blanca, especialmente a propósito de su aseveración de que “cuando alguien es presidente de Estados Unidos su autoridad es total”. Los periodistas, en línea con lo manifestado por los expertos, resaltaron que la Constitución estadounidense no le confería el poder que se ha ufanado de tener. (La circunstancia sirve, por cierto, para demostrar la importancia de permitir que la prensa les haga repreguntas en vivo a las autoridades).

Aunque resulta sumamente preocupante que la cabeza de una de las democracias más sólidas del mundo se jacte de tener poder total, difícilmente Trump podrá obviar los controles que le plantea el sistema político de su país. No obstante, el daño que su actitud le hace a EE.UU. es innegable, tanto por los efectos inmediatos que pueda tener internamente como por la manera en la que debilita su liderazgo en el mundo (al cual parece estar dándole la espalda, tras anunciar que ha suspendido el financiamiento de EE.UU. a la Organización Mundial de la Salud).

Así las cosas, solo queda esperar que, mientras dure la crisis, las autoridades estadounidenses, empezando por el presidente, logren mantener a salvo a la mayoría de sus compatriotas. Puede que sea más fácil que mejorar la imagen de Trump como jefe del Estado.