La encuesta que publicamos el domingo trajo cifras sumamente interesantes sobre cómo perciben los peruanos la manera en la que el ministro Daniel Urresti parece conducir la lucha contra la delincuencia. Aparentemente, hay algo en las formas del titular de la cartera del Interior que conecta bien con parte de la ciudadanía, pues ha empezado su gestión con una aprobación significativa y con importantes expectativas por parte de los peruanos.
El ministro Urresti tiene un 25% de aprobación ciudadana, a diferencia de sus antecesores Wilver Calle, Wilfredo Pedraza y Walter Albán (los ministros del Interior de este gobierno cuya popularidad fue medida por la encuesta de El Comercio), quienes alcanzaban tan solo 17%, 18% y 15%, respectivamente. Y esto a pesar de que sobre él penden graves denuncias de violaciones de los derechos humanos. Asimismo, el 44% de los encuestados considera que el nuevo ministro logrará resultados efectivos en la lucha contra la delincuencia, cifra que aunque no es mayoritaria es importante, teniendo en cuenta que en anteriores encuestas la población ha evidenciado una enorme falta de confianza en la competencia de la administración del señor Humala para lidiar con el problema del crimen.
Diese la impresión de que la razón por la cual una parte importante de los peruanos conecta con el ministro Urresti es la actitud pública que él ha tomado: encabezar personalmente operaciones policiales, mostrar a los medios que él es un hombre de acción que se embarra los zapatos y tomar un protagonismo del que sus antecesores carecieron. Después de todo, cuando a los encuestados se les preguntó “¿qué tan involucrado debería estar [el ministro del Interior] en la lucha contra la delincuencia?”, el 61% respondió que “debería estar principalmente en la calle liderando las operaciones de captura de delincuentes”.
En este Diario, sin embargo, nos hemos mostrado escépticos acerca de esas demostraciones públicas del ministro. Y es que él no es el capitán de un equipo de policías encargados de desmantelar bandas de ladrones de autos o de microcomercializadores de pasta básica. Él es el encargado de diseñar y conducir las grandes políticas para combatir el delito, por lo que cada minuto que pasa participando en operaciones de campo es uno que pierde liderando la reestructuración de su cartera. Su tiempo es demasiado valioso como para utilizarlo en labores que no le competen.
Nuestra preocupación, además, es que el ministro Urresti esté haciendo populismo con la seguridad ciudadana. Es decir, que el gobierno apueste por el show mediático que le gusta a la población, pero que no realice ninguna acción que en el largo plazo se traduzca en una reducción real de la criminalidad.
Prueba de que nuestra preocupación no es infundada es que hasta ahora el ministro no ha iniciado ninguna reforma institucional profunda de las varias que necesita la policía. No lo hemos escuchado proponer nada importante, por ejemplo, para solucionar los problemas de las comisarías. La mayoría de estas carecen de servicios básicos, equipos de cómputo adecuados, acceso a Internet y bases de datos que les ofrezcan información clave para sus investigaciones. Los edificios donde ellas se encuentran, para colmo, en muchos casos se caen a pedazos. Una situación similarmente calamitosa enfrentan las escuelas de formación de la policía. Por lo general, sus dormitorios están sobrepoblados, algunas no cuentan ni siquiera con servicios higiénicos, sus alumnos sufren maltratos físicos y a menudo no reciben oportunamente la propina que manda la ley. Y no es que las restricciones presupuestales impidan cualquier tipo de mejora. Como señaló ayer nuestro columnista Gino Costa, entre el 2009 y el 2013, el Ministerio del Interior devolvió S/.1.200 millones no ejecutados de la partida destinada a inversión en equipamiento e infraestructura, lo que es solo una pequeña evidencia de que hay muchísimo por mejorar en la gestión de este sector.
Si las escuelas donde se forman los agentes policiales y las comisarías donde trabajan se encuentran en un estado lamentable –solo por poner dos ejemplos de las reformas institucionales que se encuentran pendientes–, no importa cuántas operaciones lidere el señor Urresti para las cámaras de televisión: la seguridad no va a mejorar.