En las próximas horas, tendrá lugar una reunión entre el presidente Pedro Castillo y la presidenta del Consejo de Ministros, Mirtha Vásquez, para –según adelantó esta última– tomar “las decisiones que correspondan” respecto de la continuidad del ministro del Interior, Luis Barranzuela. Barranzuela, como se sabe, fue conminado ayer por la jefa del Gabinete a dar explicaciones luego de que el canal Latina difundiera las imágenes de un evento que realizó en su domicilio en la noche del domingo a pesar de que su ministerio había recordado pocos días atrás que estas celebraciones estaban expresamente prohibidas. Anoche, además, la primera ministra tuiteó que la “respuesta” que le había dado el titular del Interior era “inaceptable”.
¿En qué consistió la defensa de Barranzuela? Pues en decir que no hubo ningún evento en su domicilio, sino, más bien, “una reunión de coordinación” para abordar el tema de los conflictos sociales en el país. Esto, a pesar de que 1) el canal de televisión captó música saliendo de su casa a un volumen tan elevado que llamó la atención de los vecinos, 2) las cámaras registraron a una persona asomándose a la puerta con una copa en la mano, 3) el congresista Guillermo Bermejo, presente en el lugar, salió a gachas y tratando de ocultarse de la prensa (¡vaya manera poco ortodoxa de abandonar una “reunión de trabajo”!) y 4) en la agenda oficial del Ministerio del Interior no se registró ninguna actividad en dicha fecha (a pesar de que la ley estipula que cualquier acto de gestión que se realice fuera de las sedes oficiales debe ser debidamente registrado).
El único punto sobre el que los implicados han tratado de ensayar una explicación es el primero. Según el parlamentario Bermejo, la música “era de una vivienda colindante” y, hace unas horas, una vecina salió a reafirmar esta tesis, como jugando en pared. Por lo que ahora, siguiendo esta línea, los ciudadanos nos hallaríamos en la encrucijada de contar con un ministro que rompe la ley o que, en el mejor de los casos, permite que se la rompan en sus narices.
Pero pongamos las cosas en su real dimensión. En realidad, los hechos del último domingo –y los intentos posteriores de su protagonista por ‘explicarlos’– son la menor de las razones para destituir al ministro Barranzuela. Antes del fin de semana, ya cargaba con gravísimos cuestionamientos (todos señalados sucesivamente en este Diario) que nunca fueron despejados, por lo que destituirlo ahora daría la señal de que el Gobierno perdona los pecados, pero no el escándalo. Sin embargo, a estas alturas, no importa tanto el por qué, sino el cuándo se tomará una decisión que debió tomarse hace tres semanas.
Todo este desaguisado en torno de Barranzuela, además, deja en una situación comprometedora al presidente Pedro Castillo, quien a 36 horas de destapado el escándalo todavía no ha dicho una palabra al respecto. Ni siquiera un tuit. Curioso caso el del mandatario que es capaz de tuitear luego de la victoria del país en el Mundial de Globos, pero que, para los casos en los que se le demanda un pronunciamiento tajante, parecieran entumecérsele los dedos.
Con su silencio, además, el mandatario ha empujado a su primera ministra a tener que lidiar con el affaire Barranzuela prácticamente en soledad, cuando todavía se encuentra buscando la confianza del Congreso. Por lo que, si decide darle más oxígeno al ministro del Interior, no solo estaría avalando todo lo malo que este representa para el país, sino que también estaría serruchándole el piso a su jefa del Gabinete, a la que –por coherencia y decoro– solo le quedaría el camino de la renuncia.
Viene siendo una tragedia para el país que en los casi 100 días que lleva como presidente el señor Pedro Castillo parezca haber abdicado de la función principal que conlleva el cargo para el que le pidió a la ciudadanía que lo votara; esto es, para tomar decisiones. Con su silencio, además, da la sensación de que terceros están copando el espacio de poder que a él le corresponde y empantana los tímidos esfuerzos de algunos de sus colaboradores más cercanos por darle una brizna de viabilidad a un gobierno errante. No está de más recordarle, en fin, que si no va a gobernar siempre tiene la puerta de salida a la mano.
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