El político peruano Ramiro Prialé acuñó la famosa frase “conversar no es pactar”. Y es verdad. Conversar permite tender puentes, buscar puntos de coincidencia y limar asperezas personales para así, eventualmente, generar un clima que permita llegar a genuinos entendimientos políticos. La apertura de un gobierno al diálogo es algo que siempre debe ser rescatado y encomiado. Después de todo, la estabilidad democrática y el camino a las reformas estructurales no se construyen con puyas y desdén, sino con diálogo y apertura.
Por ello, resulta meritorio que el gobierno haya empezado un nuevo acercamiento con los líderes de la oposición. Tras conversar el martes con Pedro Pablo Kuczynski, el primer ministro, Pedro Cateriano, tendría reuniones en los siguientes días con la lideresa de Fuerza Popular, Keiko Fujimori, con el ex presidente Alejandro Toledo, y con el líder histórico del PPC, Luis Bedoya Reyes. Esta remozada vocación de apertura y consenso invita, sin embargo, a tres reflexiones.
La primera tiene que ver con el momento en que se realiza. En un contexto en el que el gobierno aparece debilitado por los indicios de corrupción que salpican a lo más alto del régimen, por sus bajos índices de aprobación y por su deficiente desempeño en términos económicos y de seguridad ciudadana, la ronda de diálogo del jefe del Gabinete parece asemejarse más a un tanque de oxígeno político para el nacionalismo que a una estrategia orientada a discutir propuestas programáticas y de mediano plazo entre partidos.
La segunda reflexión compete, justamente, a una de las causas de la debilidad del Ejecutivo: el alejamiento de Palacio de la bancada oficialista. Los diálogos con los líderes de la oposición son importantes para encontrar puntos de coincidencia sobre los cuales avanzar, pero la sintonía entre el presidente Ollanta Humala y los congresistas de su partido es crucial para la estabilidad institucional de los próximos meses. Es todavía pronto para descartar como fútil el esfuerzo por hallar ciertos consensos entre el Ejecutivo y los que alguna vez fueron sus aliados más fuertes en el Legislativo. Después de todo, la frase “mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca” no debe ser tomada de manera tan literal.
Finalmente, es pertinente recordar que no es la primera vez que el Ejecutivo convoca reuniones con la oposición (estamos, de hecho, en la quinta), y que muchas de estas no han tenido los resultados esperados en parte gracias a las intervenciones paralelas del primer mandatario.
Si bien el presidente Humala había dificultado ya el diálogo cuando este fue convocado por Juan Jiménez y por César Villanueva, el afán de confrontación del jefe de Estado mientras su primer ministro intentaba tender puentes alcanzó nuevos ribetes con Ana Jara y con el actual jefe de Gabinete.
En el caso de la señora Jara, la búsqueda de consensos previsiblemente se entrampó cuando el mandatario apareció ante los medios de comunicación calificando a Fuerza Popular –principal agrupación de oposición– como un partido nacido “de la cloaca” y al ex presidente Alan García como un “gordo panzón”.
Con el señor Cateriano las cosas no fueron muy distintas. La primera vez que este buscó intercambiar ideas con las distintas fuerzas políticas, el mandatario acusó a los congresistas de oposición de ser una “jauría de cobardes” a raíz de los cuestionamientos sobre el papel de su esposa, Nadine Heredia, en los negocios de Martín Belaunde Lossio y el pedido de levantamiento de su secreto bancario.
En la medida en que el mandatario aprenda de experiencias pasadas, los frutos de las conversaciones con el señor Kuczynski, con la señora Keiko y con los demás líderes políticos pueden dar al régimen el oxígeno político que necesita, y, quizá, delinear la ruta de sus últimos meses. Sin embargo, el Ejecutivo debe también tomar conciencia de que seguir tendiendo puentes de papel que son arrasados al primer exabrupto político es una estrategia no solo improductiva sino contraproducente.