En el festival de propuestas que arranca cada período electoral hay temas recurrentes: la creación de empleo de calidad, la disminución de la pobreza, el combate contra la corrupción, entre algunos otros. Ante la desaceleración de la economía –y la extendida sensación de que esta no afecta solo al gran inversionista sino también al ciudadano promedio– durante esta campaña han ganado protagonismo las promesas relacionadas con el crecimiento del PBI.
“No falto a la verdad cuando ofrezco que el Perú en los próximos cinco años crecerá cuanto menos al 6% en promedio anual”, dijo en el coliseo Aldo Chamochumbi, de Magdalena, un eufórico Alan García. En una línea similar, aunque ligeramente menos optimistas, otros candidatos, entre los que se incluye Pedro Pablo Kuczynski, también han deslizado altas cifras de crecimiento como resultado de sus potenciales gestiones. Incluso el propio presidente Ollanta Humala se aunó al coro señalando que “el próximo gobierno debe alcanzar [un crecimiento de] 6% del PBI”.
¿Qué tan factible es entonces alcanzar tasas de expansión de la economía sobre el 5%? A decir de los economistas, poco. Por un lado, existen factores internacionales –y que por tanto no dependen del Gobierno Peruano de turno– que harían de esta una hazaña con resultados probables similares a la promesa del balón de gas a S/.12. Los llamados “vientos de cola” que ayudaron a impulsar al Perú durante años anteriores soplan hoy con mucho menor intensidad.
Así, en primer lugar, el débil crecimiento de la economía internacional mantiene bajos los precios de los minerales que exportamos y también deprimida la demanda global por varios de nuestros productos. Por ejemplo, según la Asociación de Exportadores (ÁDEX), las ventas al exterior del sector textil, que emplea a varios miles de personas en el Perú, cayeron en nada menos que un tercio entre enero y octubre de este año, y las previsiones para el siguiente no son positivas. A la vez, esta menor demanda y bajos precios hacen menos atractivo para empresarios nacionales e internacionales ejecutar nuevas inversiones en el país.
En segundo lugar, el progresivo incremento de la tasa de interés de referencia de la Reserva Federal de Estados Unidos –que empezó este mes y que se espera se intensifique durante el 2016– hará más caro el acceso a crédito y a dólares en el Perú y en el resto del mundo. En otras palabras, la etapa de los dólares abundantes y baratos parece estar llegando a su fin.
Pero no son solo los factores externos los que hacen sumamente complicado crecer a tasas por encima del 5% en el próximo lustro. Tenemos, también, buena cuota de responsabilidad. Las reformas cruciales para ganar productividad que se dejaron de hacer durante la última administración y las anteriores –sobre todo la reforma laboral–, sumadas a las trabas a la inversión corporizadas en marañas de trámites burocráticos, mayores regulaciones y sanciones para los negocios formales y hasta remozada conflictividad social, explican el freno de la inversión privada. Inevitablemente, por lo menos los siguientes dos años continuarán marcados por la coyuntura de desidia y falta de competitividad que heredamos hoy.
Como consecuencia de todo ello, el Banco Central de Reserva y los analistas internacionales apuntan que el potencial de crecimiento de la economía local no supera actualmente, en las condiciones descritas, el 4,5%. Como señala el profesor de la Universidad del Pacífico, Carlos Parodi, será “casi imposible” alcanzar tasas cercanas al 6% de crecimiento y es difícil esperar “un crecimiento mayor que el que tendremos este 2015”.
Ganar la confianza de los ciudadanos en el sistema democrático es un objetivo que trasciende todas las campañas electorales pero que a la vez es puesto en peligro cada vez que se difunden promesas que luego no podrán ser cumplidas –sea por circunstancias externas o por falta de voluntad–. Por ello, la irresponsabilidad de quienes recurren a estos ofrecimientos vanos perjudica no solo la credibilidad de su propia campaña, sino también la de las instituciones que les permiten tentar el poder. Pero aún si esta reflexión no tuviese suficiente efecto disuasivo sobre los candidatos, debería bastar con observar la pesada carga que las expectativas incumplidas imponen sobre el gobierno actual para animarse a cortar, aunque sea en unos pocos puntos, las promesas de crecimiento que laxamente hoy lanzan.