El presidente del Banco Central de Reserva (BCR), Julio Velarde, ha dado la voz de alerta en relación al déficit fiscal. Reclama medidas para controlar su crecimiento. En otras palabras, reconoce que podemos estar cerca de perder el control sobre las cuentas fiscales.
La estimación del déficit por el BCR, para este año, es de 2,7% del PBI, cuando apenas en setiembre estimaba 2,2%. Es claro, pues, que las proyecciones estaban pecando de optimistas.
La mejora económica del Perú se ha asentado, en buena medida, en un manejo prudente de las cuentas del gobierno. Todas las instituciones y evaluadores internacionales coinciden en ello. En la medida en que el gobierno no creaba un faltante en sus cuentas, no tenía necesidad de comprometer su futuro. Del 2006 al 2010 hubo tres años de superávit y dos de déficit moderado. Del 2011 al 2013 ha habido, también, superávit fiscal.
El desarreglo de las cuentas empezó el año pasado, con un déficit muy moderado de 0,3%. Frente a esos buenos años fiscales, la proyección para este año es realmente alarmante. El déficit se tiene que financiar. Eso significa recurrir al endeudamiento, al aumento de impuestos o a la inflación. No hay muchas otras maneras de pagar las cuentas.
Si se aumentan los impuestos, sin duda la producción baja su ritmo de crecimiento. Si hacemos crecer el endeudamiento, pueden bajar nuestras calificaciones crediticias y, con ello, pueden caer la inversión y el crédito. Si recurrimos a la inflación, se distorsionan los precios, se erosiona el crédito y, finalmente, se daña la producción. No hay, por ese lado, mucho margen.
La única opción sana para enfrentar el déficit es reducir el gasto público. Esta es, de hecho, la consecuencia de no haber creado las condiciones de competitividad y crecimiento necesarias para afrontar una época de vacas flacas, cuando el entorno internacional ya no es favorable.
Pero bajar el gasto no parece razonable en un país que necesita incrementar los sueldos a los policías, a los médicos, a los maestros. Parece suicida en un país que tiene tremendo déficit de infraestructura (en las comisarías, en las escuelas, en los hospitales, en las carreteras).
No se trata, por eso, de reducir el gasto indiscriminadamente. La reducción tiene que ser muy estricta y técnica. Y, sobre todo, el país tiene que acordar una lista de prioridades, en las que, más bien, hay que aumentar el gasto. No podemos detener la mejora de la educación, de la Policía Nacional, del tendido vial en el interior del país, para dar solo algunos ejemplos.
Lo único que cabe es reducir la parte exuberante del gasto público. Las aventuras petroleras del Estado, los planes de diversificación productiva, las filtraciones de los programas sociales, las exoneraciones tributarias son algunos casos. Se requiere, además, un agresivo programa de privatizaciones y concesiones, como para la construcción de cárceles, de vías, de escuelas o de hospitales. Hace falta creatividad para encontrar las soluciones más eficientes en que el sector privado puede cubrir espacios tradicionalmente controlados y pagados por el sector público.
A inicios del 2014 era muy claro que la economía de China iba a reducir su ritmo de crecimiento y que eso iba a impactar sobremanera en la economía peruana. Los economistas del gobierno no lo vieron. ¿Siguen en sus puestos? El ministro de Economía tiene una deuda con el país. Debe explicar qué pasó con las proyecciones y con los proyectistas.
Todas estas medidas deben encaminarse a recuperar el control sobre el gasto público, como lo reclama el presidente del BCR. El déficit nos llevó al desastre económico de las últimas décadas. Empezamos a salir del hoyo cuando empezamos a salir del déficit. Si el déficit se descontrola, empezaremos a caer, nuevamente, en ese abismo, económico y social, tan difícil y costoso de superar.