El miércoles, de manera sorpresiva, la entonces ministra de Salud Midori de Habich renunció al cargo. Si bien argumentó motivos personales, lo cierto es que causa preocupación que su paso al costado se haya podido deber no tanto a lo anterior, sino más bien a las constantes críticas y reclamos que venían manifestándose desde el Congreso y que habían llevado a varios parlamentarios a presentar una moción de censura en su contra, la cual fue avalada por congresistas de más de ocho bancadas (incluido, aunque usted no lo crea, a un nacionalista). Y causa preocupación porque, a pesar de lo que hayan buscado hacernos creer diversos parlamentarios argumentando una gestión deficiente de la ex ministra, lo cierto es que De Habich estaba llevando a su sector por el camino correcto.
Quizá su principal aporte –y lo que irónicamente le atrajo la mayoría de críticas– fue apuntar a mejorar el sistema de salud peruano mediante una verdadera reforma, de las primeras y más importantes de este gobierno. Para ello, este año presentó una cartera de proyectos por aproximadamente US$3.500 millones, destinada a construir, rehabilitar, mantener y equipar más de 200 hospitales en todo el país; todo esto a través de inversión pública, de asociaciones público-privadas y de obras por impuestos. De esta manera, por primera vez en la historia de nuestro país este sector pretendió utilizar eficientemente todas las alternativas disponibles para realizar estructuradamente grandes inversiones en favor de la salud de todos los peruanos.
El empuje que demostró la ex ministra De Habich por ir de la mano con el sector privado no supuso dejar de lado un adecuado trato a los pacientes o el “lado humano” de la salud, como aseguraron algunos congresistas, sino que buscó que se mejoren los servicios que hoy se prestan. La ex ministra lo tenía claro: no importa el color del gato, sino que cace ratones. No importa si la gestión es pública o privada, sino que la atención sea buena. Ese era el corazón de la reforma que hoy podría verse truncada con la salida de la señora De Habich.
Muchos congresistas, sin embargo, persistieron en sus ataques sosteniendo que las empresas privadas en las que se quería confiar parte de estos servicios públicos no son capaces de brindar una salud “humana”. Por supuesto, si fuesen consecuentes, cuando se enferman, deberían preferir los hacinados pabellones y las largas colas de los hospitales a las clínicas, pues estas últimas en su opinión brindan un servicio deshumanizado. Pero sabemos que la consecuencia no se cuenta entre las virtudes de estos señores.
Ahora, no sorprende encontrar esta posición antiprivado entre los grupos parlamentarios de izquierda más ideologizados. Pero lo que nos parece lamentable es que congresistas de partidos como Fuerza Popular, Perú Posible o Solidaridad Nacional –que siempre han reconocido la importancia de que el sector público se apoye en las instituciones privadas para brindar mejores servicios– hoy ataquen reformas que están de acuerdo a su ideario y que saben valiosas, motivados por el populismo y el encono contra el gobierno. El Perú y la salud, por lo visto, son lo que menos importa para ellos.
Algo similar se puede decir del Apra. Este partido enfiló sus baterías contra De Habich sosteniendo que debía ceder frente a la huelga médica, cuando la firmeza de ella era para defender la meritocracia en la carrera. El Apra sabía eso, pues, entre otras razones, enfrentaron una situación similar cuando fueron gobierno y tuvieron que ponerse duros frente al profesorado para implementar su reforma magisterial. Pero la vaca convenientemente olvida que fue ternera y hoy prefiere encontrar pretextos para golpear al gobierno.
En todo caso, hay que esperar que el señor Aníbal Velásquez, quien desde setiembre se venía desempeñando como viceministro de Salud y que sucede a De Habich en el ministerio, continúe por la hoja de ruta trazada por su antecesora. Y ojalá en una próxima oportunidad la oposición juegue el partido que le conviene al Perú y no el que responde a sus intereses políticos de corto plazo.