Ha sido valiente el gobierno en anunciar que está contemplando seriamente poner a la venta en bolsa un porcentaje –hasta el 49%, según el ministro von Hesse– de Sedapal. Esta empresa, después de todo, es uno de esos tótems sagrados del muy difundido pensamiento mágico-estatista que asume que si algo queda en manos del Estado será “de todos” y más barato; mientras que si está en manos privadas servirá solo a sus propietarios y beneficiará únicamente a unos pocos privilegiados.
La decisión tiene detrás muy buenos argumentos que el gobierno debería resaltar para poner en evidencia la hipocresía (o la desinformación, en los mejores casos) que hay detrás de los defensores de este tipo de megaempresa estatal de servicios públicos. En Lima y Callao – la jurisdicción de Sedapal– el agua ni es de todos ni es más barata de lo que de otra forma (léase con un manejo más eficiente) podría ser. Pese a las décadas de monopolio que tiene, Sedapal no ha logrado una cobertura total, ni nada que se le parezca: numerosísimos limeños tienen que comprar el agua a fuentes informales: por ejemplo, a los camiones-cisterna que son ubicuos en los sectores marginales de la capital y que cobran por el agua precios hasta 12 veces más altos que los de Sedapal. Es decir, el agua “de todos” no solo no llega a todos, sino que principalmente no llega a los que tienen menos recursos.
Podría decirse que esta situación se debe a limitaciones estructurales y que lo mismo hubiera pasado de estar Sedapal en manos privadas. Hay evidencia, sin embargo, que hace pensar lo contrario. Por ejemplo, hace 11 años, cuando la compañía que provee de agua potable y alcantarillado a la ciudad de Santiago (Aguas Andinas), tenía poco tiempo de haber sido privatizada, ella y Sedapal tenían el mismo número de conexiones. Al menos hasta hace un año, como lo ha detallado un estudio del IPE, Aguas Andinas tenía 20% más de conexiones que Sedapal, con una cobertura del 100% de la población de Santiago, agua de calidad y servicio continuo (de los que no puede enorgullecerse Sedapal). Más aún, el costo operativo por conexión de Sedapal era 52% mayor al de Aguas Andinas. Y por si eso fuera poco, Aguas Andinas trata la gran mayoría del agua servida, mientras que Sedapal arroja la mayor parte de la suya sin tratamiento alguno al mar.
Luego uno puede tomar los ejemplos de lo sucedido con los servicios públicos que sí pasaron a manos privadas en el Perú. Por ejemplo en los 12 años que siguieron a la privatización de los servicios de electricidad y telefonía de Lima (1994-2006), sus respectivas coberturas aumentaron en 56% y 168%, mientras que sus tarifas no subieron (y más bien sí bajaron un poco). En el mismo periodo, Sedapal aumentó su cobertura en solo 20%, mientras que subió sus tarifas en 47%.
Estos números no son cuestión de ideologías. Deberían de hablar por sí solos. Para decirlo parafraseando a Deng Xiaoping, deberían servir para dejar claro cuál es el tipo de gato que caza a los ratones (o, para el caso, que trae más agua, para más personas, a menores costos).
Es cierto que Sedapal exhibe números en azul. Pero llegar a ellos es más fácil cuando, por ejemplo, los contribuyentes asumen la deuda de S/.3.000 millones que uno acumuló con Sunat. También es cierto que ha prometido invertir más de S/.8.000 millones (inyectados por el contribuyente, desde luego) en el lapso de este gobierno. Pero, más allá de sus buenas intenciones, es discutible que lo pueda lograr: en el 2012 solo pudo ejecutar S/. 266 millones de los S/.414 con los que disponía en su presupuesto para inversión y el año pasado solo S/.403 de los S/.783 disponibles.
Dicho todo esto, tampoco queremos sobrefestejar la decisión del gobierno. No está privatizando Sedapal. Su mayoría y la última palabra sobre su gestión seguirán siendo estatales. Con lo que no se sabe si en adelante se regirán para ella las mismas reglas que para las demás – por ejemplo, ¿ le podrán volver a perdonar una multimillonaria deuda con Sunat?– o no. De hecho, la expectativa de que no se le apliquen las mismas reglas que a los demás podría ser una de las pocas razones para que inversionistas privados vean un buen negocio en ser el minoritario de una empresa cuya mayoría – y, por lo tanto, cuya última palabra sobre la gestión– aún está en manos del Estado…
Como fuera, llevar Sedapal a la bolsa es un paso adelante. De esta forma tendrá que estar sometida a todas las exigencias de buen gobierno corporativo y de transparencia en la información que tienen las empresas que cotizan (con lo que las decisiones ineficientes y los eventuales actos de corrupción terminarán más expuestos). Además, podría servir para romper el tabú: mostrar cómo el agua potable puede ser objeto de intereses privados –como lo es la misma comida– sin que se acabe el mundo y permitiendo, de hecho, que este mejore.