En los últimos días, han vuelto a sonar los tambores de la llegada de una nueva ola de la pandemia del COVID-19 a nuestro país; en este caso, la cuarta. “En todo el país está teniéndose un incremento de casos de COVID-19″, informó el ministro de Salud, Jorge López Peña, a inicios de semana desde Arequipa. “Es muy probable que en el transcurso de la semana veamos una evaluación y, si esto continúa, muy probablemente ya estemos entrando en la siguiente ola”, añadió.
Por su parte, el viceministro de Salud Pública, Joel Candia, fue un poco más específico y detalló que esta cuarta ola podría llegar a nuestro país tan pronto como en julio. “Justamente en estas últimas semanas, a partir del 19 [de junio], se han incrementado de un 25% a 30% los casos positivos de COVID-19″, explicó a Canal N. La situación, es cierto, no debería desbocar el pánico y, en todo caso, como han anticipado los especialistas, es muy probable que esta nueva ola se parezca más a la tercera que a las dos primeras. Sin embargo, sí es importante hacer algunos apuntes al respecto.
El más importante tiene que ver con el proceso de vacunación. A estas alturas, se conoce ampliamente que la dosis de refuerzo (también conocida como tercera dosis) evita que una persona contagiada desarrolle cuadros más severos de la enfermedad, reduciendo así los casos de hospitalizaciones y fallecimientos. Además, al lastrar el desarrollo del virus en el organismo, disminuye la capacidad del contagiado de esparcir el virus a terceros.
Lo mismo se puede decir de la cuarta dosis y de las que vendrán, pues está demostrado que las defensas otorgadas por la vacuna van menguando a partir de los cuatro meses de suministradas. Y eso por no mencionar las nuevas variantes del virus que cada tanto van apareciendo alrededor del mundo, preocupando a la comunidad científica por sus alteraciones en cuanto a su capacidad para reproducirse y para resistir las vacunas desarrolladas.
A pesar de lo anterior, no obstante, en nuestro país –donde ya ha comenzado a colocarse la cuarta dosis para mayores de 40 años– todavía más de 10 millones de peruanos no han recibido la tercera. En el desagregado por regiones, el cuadro empeora, pues 20 regiones registran menos del 70% –el porcentaje base que las autoridades sanitarias aspiran a alcanzar– de población inoculada con la dosis de refuerzo. En regiones como Madre de Dios y Puno, no se ha llegado ni siquiera al 40%.
La responsabilidad de mantener actualizado el esquema de vacunación es, por supuesto, de cada uno. Como uno de los países más azotados por la pandemia en sus dos primeras olas, los peruanos deberíamos saber ya que en esta lucha contra el virus los descuidos pueden pagarse caro. Sin embargo, también es importante aquí hacer un llamado a las autoridades.
Desde hace un tiempo los anuncios del Gobierno para alentar a las personas a ponerse las dosis que les faltan brillan por su ausencia. Lo que es peor, el escándalo suscitado a finales de abril con la aplicación de la cuarta dosis de la vacuna de Moderna (donde se utilizó de forma negligente el doble de la cantidad debida, provocando graves cuadros de fiebre y malestar entre los que la recibieron) tiñó el proceso entero y les proveyó razones a quienes se niegan a recibir el pinchazo para seguir haciéndolo.
También es innegable que el ritmo de vacunación se ralentizó tras la llegada del ahora exministro Hernán Condori al sector y que, ante su incapacidad por espolear el proceso, al Ejecutivo no se le ocurrió mejor solución que obligar a la población a contar con las tres dosis para ingresar a establecimientos cerrados, trasladándole a los ciudadanos el peso de una tarea que ellos todavía no parecen asumir con la seriedad que deberían.
Los peruanos tenemos todo el derecho de disfrutar de las libertades que hemos recuperado tras dos años de encierro. Pero también tenemos la responsabilidad de seguir poniendo el hombro. Y en esto, gobernantes y gobernados debemos ser un solo puño.