Tras su presentación ante la Comisión Martín Belaunde Lossio (MBL), la señora Nadine Heredia hizo el martes pasado una airada declaración pública en la que señaló dos cosas: que en la citación no se le habían precisado los hechos por los que se la investigaba y que la presidenta de ese grupo de trabajo parlamentario, Marisol Pérez Tello, había hecho al señor Rodrigo Arosemena, cuando este había acudido a la comisión, una pregunta cuyo contexto era el de un chisme que la denigraba “como mujer, como esposa, como madre de familia”. Luego se sabría que la pregunta había sido hecha cuatro meses antes.
Este Diario editorializó dos días después sobre esa declaración, pero concentrándose en el segundo punto, porque, como dijimos en el texto, no contábamos en ese momento con toda la información pertinente sobre el primero (desde el 8 de julio estuvimos en contacto con el abogado de la señora Heredia, Eduardo Roy Gates, solicitándole el documento en que la información en cuestión constaba y hasta el momento de escribir el editorial la única respuesta que recibimos de él fue que tenía que consultárselo a su clienta). Y también porque el segundo punto nos parecía y nos parece de una relevancia política determinante.
Nuestra conclusión fue que la señora Heredia había intentado victimizarse al presentar una pregunta adecuada (“¿En qué oportunidades y cuántas veces ha tenido usted una reunión o una actividad en común con la primera dama?”) y dirigida a quien fue gerente de Antalsis (empresa relacionada con MBL), como un pretexto para distraer la atención del esclarecimiento de sus nexos financieros, laborales y de influencia política con su antiguo colaborador, hoy con prisión preventiva en Piedras Gordas.
Dijimos también que el prólogo que hizo Pérez Tello a la referida pregunta –y que es realmente lo que dio pie a toda la supuesta atmósfera de ‘chisme’ que habría teñido su intervención– fue un repudio y no una celebración de la maledicencia. La presidenta de la comisión, en efecto, dice expresamente en ese preámbulo que hay un rumor generado en torno al señor Arosemena que a ella le parece indigno, impropio y ‘magalymedinesco’. Y le pide que entienda la indispensable pregunta que va a hacerle en ese contexto de rechazo de esos contenidos que no tienen por qué importarle a nadie: es decir, intenta dejar en claro que no le está preguntando por ninguna supuesta relación sentimental.
Por eso, el afán de atribuirle la intención contraria, como hizo la señora Heredia, nos parecía una dramatización que buscaba socavar su credibilidad como presidenta de la Comisión MBL.
La primera dama, sin embargo, no quedó satisfecha con nuestra lectura de los hechos y nos ha dirigido una carta que reprodujimos íntegramente ayer. En ella, la señora Heredia dedica ocho párrafos al primer punto sobre el que, como hemos recordado, no versaba nuestro editorial.
En lo que concierne al segundo punto, la señora Heredia vuelve a la tesis del ánimo denigratorio de Pérez Tello. Y, por habérsela refutado, nos atribuye ahora argumentos y palabras que no estaban ni por asomo en nuestro editorial.
El cargo fundamental que ella nos hace es haberla acusado de victimizarse por “defenderse de habladurías y chismes enteramente falsos sobre su vida privada”, así como creer que su derecho a ejercer esa defensa ‘prescribió’ tiempo atrás (esto por señalar que había acudido al Congreso con una “indignación extemporánea”). Añade también que, si creemos que al hablar del hecho públicamente ella se está victimizando porque este ocurrió en privado, tenemos que explicar “por qué las mujeres que son agredidas o denigradas en privado están obligadas a defenderse solo en privado, sin alzar la voz, o por qué no tienen derecho a hacerlo después de unas semanas o unos meses”.
Pues bien, ante eso tenemos que repetir, en primer lugar, que, a nuestro juicio, no hubo ataque de Pérez Tello del que ella tuviera que defenderse: solo una pregunta pertinente precedida de un repudio de los chismes –por lo demás no mencionados– que se pudieran asociar a ella.
En segundo lugar, debemos aclarar que nosotros no hemos hablado de prescripción alguna de su derecho a defenderse y, menos, de que tuviera que ejercerlo en privado. Hablamos de “indignación extemporánea” porque el episodio que supuestamente la suscitó ocurrió cuatro meses antes, y una indignación es una reacción emotiva que no suele archivarse por tanto tiempo en el alma para de pronto liberarla frente a la prensa, en el instante mismo en el que en realidad tendría que haber respondido sobre otros temas incómodos para ella. Eso hace pensar en una puesta en escena. Y no hemos sido los únicos en anotarlo.
Parapetarse, por último, tras las mujeres agredidas en privado y obligadas a defenderse sin alzar la voz para darle a su situación los ribetes dramáticos que no tiene es –eso sí– la utilización irrespetuosa de una circunstancia gravísima y penosa, que tendría que haber convocado su solidaridad y no su dudoso talento histriónico. Porque, a nuestra manera de ver, esta carta y todos los aspavientos que han acompañado su divulgación no son sino un renovado intento de victimización. Es decir, un segundo acto del “teatro” del que hablamos en nuestro editorial. Y lo peor de todo para los intereses de la intérprete de este fallido ‘pathos’ es que el público continúa abandonando la sala.