Sin duda alguna, de los tres cambios ministeriales que se produjeron ayer el que más expectativa genera es el del ministro del Interior. Después de todo, no es sorpresa para nadie que lea los diarios que, según todas las encuestas, la ciudadanía considera que la inseguridad ciudadana es el principal problema que enfrenta el país. Y tampoco es una novedad que el Ejecutivo parece no tener muy claro qué hacer para resolverlo. No es casual que ya sumen seis los ministros que han desfilado por esta cartera en lo que va del gobierno.
De hecho, la mejor muestra de que la administración Humala la tiene poco clara en lo que respecta al combate de la delincuencia es que, consistentemente, se ha dedicado a negar la realidad y evadir su responsabilidad. Recordemos que para el entonces ministro Pedraza la inseguridad era tan solo un tema de “percepciones”. El ex primer ministro Jiménez acusaba a los ciudadanos de histéricos por la forma en la que se preocupan de la delincuencia. El señor Albán, por su parte, cuando recién recibió la cartera de Interior declaró que “no hay racha [de crímenes] y que lo que está ocurriendo es que hay cada vez una mayor visibilidad de ciertas organizaciones y ciertas bandas”. Y meses después, cuando aparentemente se dio cuenta del tamaño del monstruo que estaba parado enfrente de él, sugirió que la solución a este problema no se produciría en su gestión por lo complicada de la situación y que, más bien, habría que mirar a un lejano horizonte para encontrarla.
El presidente, por su lado, quizá es quien más se ha empeñado en minimizar la grave situación que atraviesa el país. Hace casi un año, sugirió a la ciudadanía enfrentar el problema de la inseguridad absteniéndose de salir a la calle con efectivo. Meses después, cuando se le preguntó acerca de la magnitud del problema, el señor Humala prefirió torear la pregunta respondiendo: “No sé si será el mayor problema del Perú. No tengo ni una bola de cristal [sic]”. Y en una entrevista que concedió hace poco mostró que ni siquiera maneja estadísticas correctas acerca de la criminalidad. Señaló que el 95% de las denuncias que se presentan a la policía se resuelve, cuando las estadísticas oficiales indican otra cosa: el porcentaje de ciudadanos satisfechos con los resultados de sus denuncias sobre hechos delictivos, según la última información disponible del INEI (la cual data de marzo del 2013, pues desde esa fecha ya no se publican estas cifras), es solo de un minúsculo 5,5%. El presidente, por lo visto, invirtió las estadísticas.
Lo cierto es que la inseguridad se le viene escapando de las manos al gobierno y este ha mostrado poco liderazgo hasta el momento para lidiar con el tema. En efecto, a pesar de que la lucha contra la criminalidad fue una de las principales promesas de campaña del señor Humala cuando fue candidato, desde que asumió su mandato prácticamente no ha convocado al Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana, a pesar de que él mismo se puso a la cabeza.
Por todo esto, es grande la expectativa que genera el cambio en la cartera de Interior. Mucha más que la que generan los cambios que se han llevado a cabo en los ministerios de Transportes y Comunicaciones y Relaciones Exteriores, que, si bien manejan agendas importantes (del MTC, por ejemplo, dependen varios grandes proyectos de infraestructura), no tienen entre sus manos la que se ha convertido en la papa más caliente de este gobierno.
Hay que reconocer, sin embargo, que el presidente Humala en esta oportunidad ha designado a una persona interesante en el Ministerio del Interior. Si bien el señor Urresti no tiene experiencia en el combate de la delincuencia común, hay que reconocer que ha tenido importantes logros en la dirección de la lucha contra la minería ilegal y que se trata de una persona que ha demostrado liderazgo y compromiso con su función. Si el presidente lo empodera (cosa que no parece haber sucedido con sus antecesores) y lo deja actuar, quizá podríamos tener una sorpresa positiva. Ojalá la sexta sea la vencida.