Este lunes los presidentes de los cuatro países (Colombia, Chile, México y el Perú) que forman la Alianza del Pacífico (AP) firmaron la liberación del 92% del comercio de bienes y servicios entre ellos. Así, con muy pocas excepciones, los productos de cada uno de estos países ya no tendrán que pagar aranceles para entrar a cualquiera de los otros tres, lo que, desde luego, quiere decir que se ha ampliado el mercado en que sus empresas podrán vender sus productos como en casa (sin barreras arancelarias).
La noticia no es pequeña, teniendo en cuenta que la AP suma un mercado de 220 millones de consumidores y un PBI igual a casi un tercio del de toda América Latina.
Naturalmente, no es coincidencia, como lo hemos señalado ya alguna vez, que de todos los numerosos bloques de naciones que forman los diferentes países de América Latina el único que ha decretado una liberalización casi total de aranceles ha sido el formado por cuatro países de la región que tienen economías libres. Y es que la integración económica parece casi una consecuencia natural del modelo de economía de mercado: si uno cree que el intercambio libre es lo que enriquece a las naciones, pues nada es más lógico que buscar que este intercambio sea lo más grande posible. Después de todo, la meta intrínseca de esa gran protagonista de la economía de mercado que es la empresa privada de todo tipo (en nuestro caso, sobre todo lo pequeña) es poder vender cada vez más y, por lo tanto, tener a su alcance los mercados más grandes posibles.
Así pues, no es de sorprender que a solo un año y medio de formalmente creada la AP esta se haya transformado en lo que en la práctica es una zona de libre comercio, mientras que los bloques de naciones inspirados por esquemas más estatistas (como Unasur, ALBA o Mercosur) llevan largos años de sonoras declaraciones de fraternidad al tiempo que en la práctica mantienen sus fronteras cerradas para “proteger” a sus productores nacionales –privados o estatales– de la competencia extranjera. La diferencia que hay entre ambos tipos de bloques, en otras palabras, es la que corresponde a ver el libre tránsito de bienes y servicios como una oportunidad o como una amenaza.
Desde luego, resultará aleccionador contemplar lo que pasará con estas economías a partir de su integración frente a lo que ocurrirá (¿o deberíamos de decir “continuará ocurriendo”?) con los bloques donde priman las economías cerradas de la región. Tan aleccionador, como tendría que haber sido el tratado de libre comercio (TLC) con Estados Unidos, que en sus cinco años de funcionamiento ha logrado que muchos de nuestros sectores económicos –incluyendo el agropecuario, que se decía sería “destruido” por el TLC– vendan varios cientos de millones de dólares. Y tan aleccionador, ciertamente, como debería ser ver la forma en que les está yendo individualmente a los países de la región según el tipo de modelo que siguen. No es en vano que estas cuatro economías son también las cuatro de mayor crecimiento de América Latina y que, siendo solo cuatro, concentren la mitad de todo el comercio de los países de la región. Ni tampoco es casual que, luego de unos años de crecimiento falaz, las mayores economías de los países del bloque intervencionista estén haciendo agua, al tiempo que su gran noticia en el campo del intercambio internacional ha sido el anuncio de que Venezuela enviará petróleo (que es lo único que le queda para repartir) a Argentina, a fin de recibir de esta alimentos (al menos de los pocos que le siguen sobrando), mientras ambos países se debaten entre la inflación, los controles de precios y la escasez.
Acaso, en fin, es porque en algún nivel inconsciente sospecha de las potencialidades del libre comercio que Evo Morales dijo hace un tiempo que la AP no era más que una “conspiración” por sabotear al Mercosur. Al fin y cabo, teniendo en cuenta que los diversos bloques no son excluyentes entre sí (los países de la AP forman parte de muchos de los otros pactos integracionistas), la única forma en que la AP podría “sabotear” a cualquier otro esquema de integración sería por medio de la comparación en sus resultados. Es decir, a través de algo a lo que nadie que esté seguro de sus métodos tendría por qué temer.