(Foto: Presidencia)
(Foto: Presidencia)
Editorial El Comercio

La renuncia de Pedro Pablo Kuczynski a la Presidencia de la República ha supuesto un notable descenso de la crispación política en el país. Particularmente, en lo que concierne a la relación entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, pues no había ya bancada parlamentaria –incluyendo la oficialista– en la que no existiera indignación e irritación contra el ahora ex mandatario por su modo, elusivo y torpe, de enfrentar la crisis que lo tenía al centro.

No por eso, sin embargo, hay que olvidar que también de parte de algunos sectores de la oposición existió durante los veinte meses que duró el paso de Kuczynski por el poder una hostilidad muchas veces gratuita y sin otra explicación que la mala digestión de la derrota electoral del 2016. De hecho, el talante auspicioso con el que esos sectores han saludado la llegada de Martín Vizcarra a la jefatura de Estado tiene, en parte, el evidente propósito de fustigar, por contraste, a su antecesor.

Pero solo en parte. Es natural y razonable también que tales fuerzas le concedan un respiro a quien recién asume las riendas del Ejecutivo, y el saludo al que aludíamos antes se inscribe en ese contexto. No se trata, por lo demás, solo de una cuestión de urbanidad: es obvio que las mencionadas fuerzas opositoras llevaron su propia dosis de desgaste en el proceso que acaba de culminar y que, por lo tanto, necesitan lucir ahora conciliadoras y tolerantes ante la ciudadanía.

Semejante estado beatífico de la vida política nacional, no obstante, puede no durar mucho. Si hace algunos días decíamos en estas páginas que, a pesar del cambio de presidente, el gobierno –en sus cometidos y propuestas– debía continuar, no podemos pretender hoy que la oposición deje de hacer lo propio. Su obligación de fiscalizar y contrapesar desde el Congreso a la administración ppkausa también continúa, por lo que podríamos estar simplemente ante una tregua o un pasajero alto al fuego y no frente a una paz sostenida.

Por la forma en que se ha producido, sin embargo, la llegada de Martín Vizcarra a la presidencia presenta algunas ventajas que podrían favorecer una convivencia pacífica y hasta una colaboración más prolongada entre el gobierno y algunos sectores de la oposición. En primer lugar, no se ha producido tal llegada al final de una campaña en la que siempre, por la naturaleza competitiva del proceso, quedan humillados y ofendidos. En otras palabras, la ojeriza derivada de la derrota de la que antes hablábamos, en este caso prácticamente no existe.

Pero hay más. Al no existir una animosidad de origen, las posibles coincidencias programáticas entre la organización que ganó la segunda vuelta (Peruanos por el Kambio) y aquella que consiguió la mayoría parlamentaria en la primera (Fuerza Popular) pueden dejar de estar relegadas, como ocurrió hasta ahora, y pasar a un primer plano. Como hemos destacado aquí en más de una oportunidad, tales coincidencias van más allá de lo que toca al esencial mantenimiento del marco macroeconómico y el modelo de crecimiento basado sobre el fomento a la empresa privada que permitió reducir la pobreza a un tercio en poco más de una década.

Existen, en efecto, otros puntos en común en los programas que ellas sometieron dos años atrás a consideración del electorado en materias como la reducción de la informalidad y las estrategias para combatir la inseguridad ciudadana y que, en esta nueva coyuntura, podrían finalmente materializarse.

El presidente Vizcarra ha iniciado su administración con gestos hacia la educación, la salud y el esfuerzo de la reconstrucción acertados y que ningún sector político podría legítimamente objetar. Es muy probable, asimismo, que su primer Gabinete obtenga con largueza la confianza de la representación nacional y que la permanente citación de ministros a distintas comisiones parlamentarias que hemos conocido hasta ahora baje de intensidad.

De él y de las principales fuerzas de oposición, empero, depende que esa saludable tregua se transforme en una paz duradera que, sin que haya de por medio renuncias a la fiscalización y el contrapeso de poderes, interprete el sentido del voto mayoritario en las últimas elecciones.