Ayer, a las 10 y media de la noche, el ministro del Interior Luis Barranzuela anunció que había “tomado la decisión democrática de renunciar de forma irrevocable al cargo”. Lo hizo, además, sin mostrar un ápice de culpa por todo el desaguisado que provocó en las últimas 48 horas y que puso en serios aprietos al Gabinete que encabeza Mirtha Vásquez, con congresistas que, en las últimas horas, habían condicionado su voto de confianza a su salida del equipo ministerial.
Termina, así, el breve periplo de un funcionario que, en primer lugar, nunca debió de llegar al cargo que ostentó durante casi un mes y que, en segundo lugar, a pesar del poco tiempo en el puesto le hizo mucho daño al sector, motivando, entre otras cosas, la renuncia del presidente de Devida, Fidel Pintado, al que atacó con acusaciones que nunca pudo probar. Que Barranzuela haya caído, sin embargo, por el evento que celebró en su casa el último domingo y no por los serios cuestionamientos que arrastraba desde antes del fin de semana no embellece el papel que tanto el presidente Pedro Castillo como la jefa del Gabinete, Mirtha Vásquez, han desempeñado en este sainete.
Barranzuela, como sabemos, nunca aceptó ninguna de las críticas en su contra. Llegó a afirmar, por ejemplo, que las más de 150 sanciones que recibió durante su paso por la Policía Nacional del Perú (PNP) se debieron a que fue un alumno rebelde y que lo que a todas luces fue una reunión social en su domicilio tres días atrás en realidad se trató de “una reunión de coordinación” para abordar el tema de los conflictos sociales en el país. En el colmo del absurdo, ayer, una vecina del ahora exministro salió a decir que la música que se escuchó en la zona el pasado 31 de octubre provino de su casa… a pesar de que los videos registrados por el canal Latina son bastante contundentes y que este ‘argumento’ por sí solo no ayuda a explicar por qué en las imágenes se puede ver a un invitado asomándose a la puerta de la casa del entonces ministro con una copa en la mano o al legislador Guillermo Bermejo, presente en el lugar, saliendo a gachas y tratando de ocultarse al advertir la presencia de la prensa.
Aunque necesaria, la salida de Barranzuela no limpia la pésima imagen que ha dejado el jefe del Estado, quien se tardó en pedirle la renuncia a pesar de que su continuidad era ya insostenible desde hacía buen rato. Increíblemente, el mandatario no dijo una sola palabra sobre el último escándalo en el que se vio envuelto el señor Barranzuela, dejando, además, a su primera ministra –que tuvo que pedirle a este último explicaciones públicas a través de las redes sociales– en una posición muy precaria cuando todavía se encuentra buscando la confianza del Congreso.
Anoche, el presidente apenas informó a través de su cuenta de Twitter que había aceptado la dimisión de Barranzuela y que en las próximas horas juramentará a su sucesor, sin dedicarle una sola línea al evidente desacato de uno de los funcionarios más altos de su Gobierno a las normas sanitarias que se encuentran vigentes. De hecho, dicho tuit fue lo único que tuvimos de parte del jefe del Estado en los dos días que siguieron al destape que ha terminado costándole el puesto a Barranzuela. Un comportamiento que, dicho sea de paso, no es ajeno al que ha exhibido cada vez que alguno de sus colaboradores más cercanos (como Guido Bellido o Héctor Béjar) ha estado en el centro de la polémica.
Así, el presidente Pedro Castillo está a punto de cumplir 100 días de gestión y, en honor a la verdad, todavía parece no haber comprendido que la función principal que conlleva el cargo por el que él se postuló y por el que les pidió a los ciudadanos que le votaran es la de tomar decisiones. Si el caso de Barranzuela no sirve para que el mandatario corrija su falta de decisión y su silencio en situaciones en las que la ciudadanía demanda un pronunciamiento de su parte, más temprano que tarde volverá a encontrarse en la misma situación. Con todo el costo que esto último, por supuesto, acarrearía para el país.
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