Decía un político venezolano que los verdaderos partidos políticos son a la democracia lo que el agua a los ríos. Sin agua, son cualquier cosa, zanjas quizá, pero no verdaderos ríos. Llevada al plano local, la imagen apuntaría a una democracia con la cuneta apenas húmeda. En efecto, esta semana el jefe del Registro de Organizaciones Políticas del Jurado Nacional de Elecciones (JNE), Fernando Rodríguez, señaló que del 2004 al 2014 casi todos los partidos políticos han mantenido en su cúpula a los mismos dirigentes.
La afirmación, por supuesto, no parece una gran novedad. Después de todo, los rostros que pululan por la primera plana de la política nacional desde hace décadas no han variado demasiado. En este contexto, el representante del organismo rector del sistema electoral indicó que buena parte de la explicación de esta falta de movilidad en los partidos políticos corresponde a que las elecciones para escoger a sus directivos y candidatos para los comicios son a puerta cerrada. “Los partidos lo hacen de manera interna sin la presencia de organismos electorales y luego la mayoría de ellos lleva los resultados al JNE diciendo que esos son sus dirigentes y candidatos”, manifestó Rodríguez.
El hecho concreto es que los partidos de hoy recogen demasiado del sistema caudillista que aún se mantiene arraigado en la cultura nacional. Así, la figura del líder –y en el caso de algunos partidos también de sus acólitos más cercanos– usurpa la esencia misma de la agrupación política al tiempo que desplaza la ideología y las bases conceptuales que todo partido debe tener.
Como reconoce el representante del JNE, las deficiencias en las elecciones internas de las agrupaciones juegan un rol crucial en mantener seco nuestro río democrático. Con comicios poco representativos de las bases, cuando no directamente amañados, muchos dirigentes utilizan un cascarón vacío de militantes, doctrina y compromiso al que llaman partido para acceder al poder político.
Para esto se sirven de diversas estrategias, entre las que destaca la manipulación del padrón electoral. A través de la movilización de militantes golondrinos –que no hacen vida partidaria más allá de un voto interesado en las elecciones internas–, la inscripción de militantes fallecidos, retiros arbitrarios del padrón y el uso deliberado de padrones desactualizados, los dirigentes partidarios tienen la facultad de definir el destino de la elección. A esto se suman tribunales de ética de las agrupaciones con limitada independencia de la dirigencia y facciones partidarias que no representan, en realidad, matices diversos en la ideología del partido, sino a distintos grupos que solo compiten por su cuota privada de poder.
Como resultado, los partidos resultan en fachadas democráticas que ahuyentan a cualquier militante que desee hacer verdadera vida partidaria. Sin personas que entiendan al partido como suyo, que se sientan comprometidas con él, y que funjan de filtro real para los candidatos y dirigentes que se presentan a cada elección interna, es poco lo que se puede lograr.
Al mismo tiempo, como ha señalado antes este Diario, no es sorprendente que el nivel de los postulantes sea el que es si las agrupaciones políticas no son más que cacicazgos donde no se compite por escoger a los mejores candidatos, pues ello impide atraer a militantes decentes y más preparados.
Para combatir estos problemas, el JNE ha elaborado un nuevo proyecto del reglamento de organizaciones políticas, el cual se encuentra actualmente prepublicado para recibir aportes de las personas o instituciones interesadas. Si bien el reglamento apunta a solucionar parte de los manejos indebidos del padrón electoral, una verdadera reforma de la democracia partidaria debe venir de modificaciones en la Ley de Partidos Políticos. Así, el Congreso debe considerar facultar a los entes electorales para que participen obligatoriamente, con celo y eficacia, en los procesos de democracia interna. En caso contrario, el caudal de democracia partidaria continuará tan seco como hasta ahora.