Las tragedias griegas clásicas requieren normalmente de un protagonista que lucha contra un destino –merecido o no– que se vislumbra sombrío e inexorable. Tanto el personaje principal de la historia como el sistema en el que está inmerso son componentes clave de la intricada trama. El paralelo con la actual situación económica y política helena parece entonces claro. El sistema de la Unión Europea y sus instituciones, junto con las malas decisiones que Grecia ha tomado, han creado un clima de tensión cuyo trágico desenlace se hace cada vez más evidente y cada vez más cercano.
En anteriores editoriales nos hemos referido ya a cómo el manejo económico de las autoridades griegas respondió a su interés por conservar las medidas populistas que ambos partidos mayoritarios –Nueva Democracia y Pasok– favorecieron por décadas en vez de promover la competitividad de su país. Basta con recordar que, de 1970 al 2009, el número trabajadores estatales se quintuplicó, mientras que durante el mismo período el empleo en el sector privado creció en apenas 27%. Los salarios públicos, además, eran en promedio 50% mayores que los del sector privado.
Pero en este enredo heleno no son ellos los únicos actores (aunque sí los principales responsables). Por el lado de la Unión Europea, ante el ‘default’ de la nación griega, las decisiones no son fáciles. Expulsar a Grecia de la comunidad monetaria –y eventualmente de la unión misma– supone poner en riesgo la vigencia de un esquema que hasta entonces se entendía como permanente.
Aquellos que a inicios de este siglo promocionaban el proyecto de una moneda conjunta diciendo que con el euro “no hay marcha atrás” ven hoy la fragilidad de un sistema que no logró articular los estados financieros de economías tan disímiles como Grecia y Bélgica con una política monetaria común. La puesta en evidencia de esta debilidad tendría efectos enormes sobre la confianza del sistema europeo. En este sentido, el costo inmediato del llamado ‘Grexit’ excedería el costo de los potenciales paquetes de ayuda y condonaciones de deuda que Grecia necesita para permanecer en el euro.
¿Por qué, entonces, las negociaciones entre las autoridades europeas y las griegas son tan duras? ¿No deberían el Banco Central Europeo (BCE), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y las naciones acreedoras evitar a toda costa la salida de Grecia del euro si los costos son tan altos?
El problema es que, en el mediano plazo, el rescate de Grecia también generaría problemas económicos y políticos graves. Económicos, porque la condonación de deuda no solo implica menos ingresos para los prestamistas sino que abre las puertas para que –en el futuro– otras naciones europeas puedan mantener un gasto irresponsable de recursos porque saben que finalmente serán rescatadas. En otras palabras, crea un mal ejemplo.
Por otro lado, generaría problemas políticos porque el eventual rescate griego pondría a los gobernantes de los países acreedores en una situación complicada frente a sus votantes, quienes justificadamente se niegan a financiar el dispendio de las naciones deudoras. No está de más recordar, asimismo, que algunos de los gobernantes de los países que se han mostrado más duros con Grecia y en contra del salvataje no son necesariamente aquellos a quienes se les debe dinero. Son, más bien, aquellos que –como España– temen que los potenciales votantes de grupos políticos de izquierda –como Podemos– vean en el ejemplo del gobierno griego una estrategia exitosa para echar a los partidos tradicionales del poder y a la vez conservar su elevado nivel de vida a costa del resto de Europa.
Finalmente, el error clave del sistema de la Unión Europea y que ha hecho posible toda la incertidumbre de las últimas semanas es la falta de un mecanismo institucional para manejar estas crisis de forma ordenada y sin discrecionalidad. Al condicionar las posibles soluciones a situaciones de este tipo a la voluntad del momento de los acreedores y a su realidad política, Europa se hipotecó a negociaciones ad hoc que no solo causan zozobra respecto del futuro de la unión monetaria, sino que crean un clima de resentimiento entre las naciones deudoras y las acreedoras. Después de todo, una de las principales lecciones de las tragedias griegas es que los errores de los protagonistas muchas veces son magnificados por los errores del sistema en el que se mueven.