Editorial El Comercio

Hace una semana y el secretario técnico del Acuerdo Nacional, , visitaron al presidente en Palacio de Gobierno en medio de una crisis política que aún persiste. A la violenta protesta registrada en Junín y el desaguisado de que la ciudadanía desobedeció el pasado 5 de abril, se había sumado la sensación de que el presidente del Consejo de Ministros, , venía dando tumbos en el cargo y, ante la demanda de que diese solución a los problemas que tenía entre manos, solo atinaba a ensayar discursos aderezados por la rabia y la evocación de hechos históricos que nunca ocurrieron. Una sensación que ayer se ha visto reforzada por a los dos personajes en cuestión: “el cura Valverde” y “el señor Fernández”, según el jefe del Gabinete.

Sea como fuere, la intención de los visitantes era hacer comprender al mandatario que la situación no daba para más y, a su salida de la casa de Pizarro, ellos dieron señas de estar convencidos de que lo habían conseguido. Monseñor Barreto declaró que el jefe del Estado se disponía a iniciar “un cambio de rumbo radical” que suponía, entre otras cosas, la designación de un Gabinete de unidad nacional que no respondiera a “intereses subalternos”. Mientras que el Dr. Hernández reveló que el presidente le había comunicado su intención de rodearse en el futuro de “funcionarios de mayor competencia, probidad e idoneidad en sus cargos”.

Ambos, pues, expresaron su confianza en que el profesor Castillo había entrado finalmente en razón y, para empezar, iba a dejar de nombrar ministros y demás servidores públicos con cuestionamientos éticos y técnicos, o que respondiesen solo al criterio del cuoteo del poder entre los partidos que lo apoyaban. La supuesta buena nueva, sin embargo, fue recibida por un vasto sector de la opinión pública con escepticismo. Por un lado, porque los cambios prometidos no tenían fecha (de acuerdo con el cardenal Barreto, el mandatario los haría “en el momento que crea conveniente”), y por el otro, porque no era esa la primera vez que desde el Gobierno se hacían anuncios de propósitos de enmienda que luego eran ignorados.

La presunción, en otras palabras, era que el mandatario había simulado una vez más haberse persuadido de la gravedad de la crisis en la que su desmañada administración del poder había sumido al país solo para ganar tiempo, y que pronto daría muestras de que aquello del cambio radical era solo un cuento.

Pues bien, tras solo una semana, las sospechas parecen haberse confirmado. El caso más clamoroso de reincidencia en la práctica que se había ofrecido dejar de lado fue el nombramiento del censurado ministro de Salud, Hernán Condori, en la Dirección de Redes Integradas de Salud de Lima ( tras el escándalo que causó su retorno al sector del que había sido forzado a renunciar), pero no el único.

Se conoció también hace dos días la intención de la cancillería de en Noruega a Isabel Soria, quien comandó el año pasado la campaña electoral de Perú Libre en Suecia. Con una formación académica que consiste en estudios técnicos en industria del vestido y estudios no concluidos de Diseño Arquitectónico, la señora Soria no daría la impresión de haber sido propuesta para el cargo diplomático por alguna experiencia en las relaciones internacionales, sino, más bien, por su vinculación con el partido de gobierno.

A esto habría que añadir la distinción recientemente concedida en Palacio al alcalde de Huancayo, , quien estuvo prófugo de la justicia por más de dos semanas tras haber sido sindicado por el Ministerio Público como uno de los presuntos cabecillas de la organización criminal Los Tiranos del Centro.

Como se ve, el cambio, que debería empezar por el licenciamiento del desaforado presidente del Consejo de Ministros, existe solo en la retórica agotada del presidente y en el optimismo de los personajes que lo visitaron la semana pasada y ahora han recibido un curioso agradecimiento.

Editorial de El Comercio

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