Editorial El Comercio

La próxima semana, Lima será sede de y, dada la cantidad de invitados de alto nivel, como el presidente estadounidense, , y el líder chino, , el Gobierno ha dispuesto una serie de medidas para facilitar los desplazamientos de las comitivas extranjeras por la ciudad, así como las labores de vigilancia de nuestra policía. Por ello, en octubre, se decidió que los días 14, 15 y 16 de noviembre serán “no laborables”. Sin embargo, que se viene estudiando la posibilidad de disponer también que las clases en todos los colegios de Lima, el Callao y Huaral (donde se inaugurará el puerto de Chancay) sean remotas, no desde el jueves 14, como tendría sentido, sino desde el lunes 11. Es decir, toda una semana.

De confirmarse esto, estaríamos ante una pésima noticia. El Perú fue uno de los últimos países de la región en regresar a la educación presencial tras la pandemia. Y desde entonces, como bien recordó nuestra columnista Norma Correa , la lista de razones por la que se cierran instituciones educativas se han multiplicado: desde paros, partidos de fútbol (se suspendieron clases para ver el Perú-Australia), hasta el ciclón Yaku.

Esta semana, por ejemplo, la UGEL Sullana dispuso que las clases en la provincia piurana fueran virtuales debido a la que enfrenta la región. Ya el año pasado había ocurrido lo mismo en Piura, aunque aquella vez debido al azote del dengue. La semana anterior, además, las clases presenciales en la provincia de Virú, en La Libertad, fueron suspendidas cuatro días por el bloqueo de la Panamericana Norte.

En Lima, se envió a los escolares a sus casas durante las paralizaciones de los transportistas en setiembre y octubre. La inseguridad también ha empujado a algunos colegios a la virtualidad.

Dadas las carencias del sistema educativo peruano, las clases virtuales no les ofrecen a los alumnos los mismos beneficios que las presenciales. Son una salida de emergencia para situaciones extremas, no un comodín que las autoridades pueden sacarse de la manga en cualquier circunstancia, trasladándoles las cargas de esa decisión a los escolares y a sus familias. No podemos seguir normalizando el cierre arbitrario de colegios y universidades. Ya estuvo bueno.

Editorial de El Comercio

Contenido Sugerido

Contenido GEC