Ayer venció el plazo legal para que quienes aspiren a postular a la presidencia y a la vicepresidencia en el próximo proceso electoral se inscriban en un partido político (incluidos aquellos que están todavía tratando de lograr el registro). En el caso de quienes planeen alcanzar una curul en el próximo Legislativo bicameral, la norma todavía les ofrece a las organizaciones una cuota del 20% en sus listas parlamentarias para que puedan invitar a independientes –es decir, no afiliados–, pero el restante 80% tendrá que salir obligatoriamente de las filas partidarias, aquellas que justamente se cerraron anoche.
Como no podía ser de otra manera, el cierre del libro de pases reveló una serie de rasgos lamentables de la política peruana. La primera de ellas es esa vocación por dejarlo todo para, literalmente, la última hora. Según ha podido conocer este Diario, al menos 5.000 fichas de inscripción fueron ingresadas al sistema del Jurado Nacional de Elecciones (JNE) en la jornada de ayer; es decir, sobre la línea. Pero este es apenas el menor de los problemas de la etapa que acaba de culminar.
Otra de las características de la política nacional que quedó en evidencia fue la facilidad con la que varios políticos han dejado atrás la camiseta del partido que vistieron –en algunos casos hasta hace apenas unos meses– para ponerse la de otro sin el menor rubor y sin explicarles a sus votantes antiguos el porqué de esa mudanza. Este Diario ya ha informado de que más de 50 excongresistas se han incorporado a un partido político diferente del que venían integrando. Los exlegisladores del Apra Elías Rodríguez y Jhony Peralta, por ejemplo, se pasaron a Podemos Perú, mientras que los exparlamentarios de Acción Popular Otto Guibovich y Carlos Pérez hicieron lo propio pero en Renovación Popular. Otros dos excongresistas, esta vez de Peruanos por el Kambio (PPK), Alberto Oliva y Jorge Meléndez, se sumaron al proyecto del expresidente Martín Vizcarra, Perú Primero, mientras que los exlegisladores fujimoristas Alejandra Aramayo y Edward Zárate ahora integran las filas de Alianza para el Progreso (APP).
Todo un revoltijo, en suma, que ratifica que lo que une a los militantes de un partido ya no son las convicciones de compartir las mismas ideas o de perseguir la misma noción de cómo debería ser el país, sino meros deseos de alcanzar un puesto de poder, sin que importe mucho qué vehículo se utiliza para ello.
Otro rasgo importante que las últimas semanas nos han dejado ha sido la reaparición de figuras que solo vuelven a la palestra durante momentos claves de una temporada electoral, pero que luego brillan por su ausencia. Y, aunque ya lo mencionamos en este Diario hace unos días, no podemos dejar de recordar el intento de los exaliados del golpista Pedro Castillo por reciclarse en otras organizaciones, tratando de esconder el hecho de que fueron cómplices bastante cómodos en un régimen conocido hoy por su final autoritario y sus vestigios de corrupción.
De todos los reclutamientos, sin embargo, el más comentado ha sido el de Alberto Fujimori, inscrito en Fuerza Popular, lo que abona a las sospechas de que el fujimorismo frustró en el Congreso la reforma para que condenados por delitos graves –como el expresidente y Antauro Humala, entre otros– puedan ocupar un cargo público por cálculos políticos. Y que deja la sensación de que, más que una temporada de traspasos, hemos vivido una de resurrecciones.
Si a esto le sumamos que se calcula que serán alrededor de 50 las organizaciones políticas aptas para postular candidatos en el 2026, el panorama electoral luce poco auspicioso. Después de todo, como saben los fanáticos del fútbol, una temporada de fichajes desastrosa termina siendo en la inmensa mayoría de los casos el prólogo de una campaña decepcionante.