Editorial El Comercio

¿Cómo se mide la confianza en un ? Las métricas más tradicionales suelen ser el apetito de la inversión privada, la prima por riesgo que pagan los créditos y los resultados de encuestas familiares o empresariales. Hay, no obstante, una variable que puede ser aún más relevante que todo lo anterior: la disposición de la a construir el resto de su vida en el país de origen. Y, en esa dimensión, al Perú de los últimos años le está yendo especialmente mal.

En setiembre del año pasado, una encuesta del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) reportaba que el 60% de las personas de entre los 18 y los 24 años tenía intenciones de irse a vivir o trabajar fuera del país en los próximos tres años. Unos meses luego, el INEI informó que, de acuerdo con data de la Superintendencia Nacional de , casi el 70% de los peruanos que emigraron al exterior tenía entre 15 y 49 años, la mayoría solteros. Solo entre enero y junio del 2023, 415.393 peruanos salieron del país con boleto solo de ida, cuatro veces más que en el 2021 (la cifra, de hecho, es cercana al número de personas que se incorporan a la PEA cada año).

El jueves, Urpi Torrado, gerenta general de Datum, comentó en estas páginas que probablemente haya sido la pandemia –con su pésimo manejo para la educación y salud mental de los jóvenes–, además de las elecciones del 2021 y la volatilidad política posterior, lo que explica buena parte de la salida de jóvenes estudiantes. De acuerdo con datos de Open Doors Report, entre el 2018 y el 2023, el número de estudiantes peruanos en Estados Unidos aumentó en un 52%. Esa tasa más que duplica la del país con la segunda mayor variación en la región (Argentina, con 24%). Por donde se los vea, todos los datos apuntan al mismo fenómeno. Los jóvenes peruanos están buscando continuar con sus estudios o desarrollo profesional más allá de las fronteras.

Si bien en el corto plazo el efecto de esta emigración es difícil de evaluar, a largo plazo la fuga de talentos podría convertirse en el principal lastre económico y social que quedará como triste legado de la realidad peruana de los últimos años. Más allá de las posibilidades económicas, quienes migran en todo el mundo suelen ser, por autoselección, las personas con más empuje de superación; es decir, precisamente aquellas que requiere cualquier país para desarrollarse. Es posible, por supuesto, que algunos regresen al Perú luego de crecer en el exterior (después de todo, fue lo que sucedió con varios durante la década de los 90), pero no es nada claro que este vaya a ser el caso para la mayoría.

El país pierde, pero a ningún joven se le podría culpar por su deseo de formarse fuera. La calidad de la educación superior permanece entrampada y es víctima de ataques sistemáticos por parte de grupos interesados que intentan capturarla para su beneficio. Las oportunidades laborales con empleo de calidad no abundan, y el ritmo de expansión esperado para la economía peruana –lo que permite generar más trabajo decente– es, a lo mejor, mediocre. Finalmente, la novela política que empezó en el 2016 bien podría tener un nuevo capítulo, quizás uno incluso más perverso que los anteriores, hacia el 2026, configurando para entonces ya más de una década de incertidumbre en el país.

El que podría ser el termómetro más importante sobre la confianza en el país está, pues, en rojo, y se requiere corrección urgente. Aunque el daño, a decir verdad, ya está hecho.

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