Editorial El Comercio

En el papel, el expresidente estadounidense debería ser un candidato fácil de vencer en un debate. Condenado por haberle pagado a una actriz porno para que no revelara que tuvieron un ‘affaire’, imputado por intentar alterar los resultados de las elecciones del 2020 en e incapaz de criticar a la muchedumbre que asaltó el el 6 de enero del 2021 (a los que en varias ocasiones ha calificado de “patriotas”), quien polemice contra el republicano tiene munición de sobra para arrojarle encima. Y, sin embargo, el último jueves se las arregló para encararse con él y salir perdiendo.

Resulta difícil calificar la performance del actual inquilino de la en el primer debate de cara a las elecciones de noviembre en los como algo menos que “catastrófica”. Para algunos se trató incluso de la peor presentación de un candidato presidencial en el país norteamericano desde que estos eventos se transmiten por televisión. No solo porque Biden no tuvo la habilidad para desnudar las mentiras que su contendor vertía a cada minuto, como aquella donde lo culpó de haber animado aa invadir o cuando lo señaló de estar a favor del aborto “incluso tras el nacimiento” (según el servicio de verificación de datos de CNN, por cierto, Trump propaló más de 30 mentiras en los casi 41 minutos que habló), sino principalmente porque el demócrata fue incapaz de hilar sus propias ideas. Por ratos se lo vio dubitativo y hasta perdido. De hecho, fue Trump quien lo retrató mejor en el cara a cara, cuando en un momento le reprendió: “Realmente no sé lo que ha dicho al final de esa frase… creo que él tampoco lo sabe”.

Tras el evento, varios líderes demócratas entraron en pánico, mientras que unos cuantos trataron de ponerle paños fríos a la situación. “Un debate difícil no es la suma total de la persona y su historial”, afirmó, por ejemplo, el senador por , John Fetterman. El problema para ellos es que no se trata solo de una mala noche de Biden. El debate del jueves ha puesto sobre el tapete el tema de su edad (81 años) y la cuestión cardinal de si todavía se encuentra capacitado para dirigir al país más poderoso del mundo. A estas alturas, no se habla de las propuestas de los candidatos, sino de los temas personales de cada uno: los judiciales, en el caso de Trump, y los de salud, en el de Biden. Y ese solo hecho ya es una victoria para el republicano.

Por lo que no sorprende que varias voces en la opinión pública ya se hayan planteado la posibilidad de que los demócratas persuadan a Biden de dar un paso al costado o, en un caso extremo, lo fuercen a hacerlo. Un ejemplo de esto son los medios “The New York Times” y “The Economist”, que le han pedido al mandatario no continuar con su carrera para la reelección y dar pase a otro postulante.

El tiempo apremia. La convención en la que debe oficializarse al candidato del partido se celebra en menos de dos meses y el antecedente histórico más próximo no es nada auspicioso para los demócratas: la última vez que un aspirante dejó la carrera a estas alturas ( en 1968) su reemplazante perdió ante la carta republicana (frente a ). Biden, por su parte, anunció ayer que no piensa retirarse y otros posibles postulantes no parecen tener el arrastre necesario, en parte porque él mismo no los dejó crecer.

Así, el se enfrenta a una encrucijada que debe resolver con urgencia. Las elecciones estadounidenses tienen un impacto en todo el globo y suelen marcar tendencias para otros comicios (los que llevaron a Trump a la victoria en el 2016, por ejemplo, institucionalizaron el uso de la mentira, la desinformación y las narrativas como armas de campaña). Si ahora sus ataques a la verdad y a las instituciones no encuentran alguien capaz de responderlas desde la acera del frente, el daño a la será tremendo.

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