Ayer, alrededor de las 2:30 de la tarde, se registró un sismo cerca de Lunahuaná, en la provincia limeña de Cañete. Pese a que el movimiento tuvo una intensidad considerable (6 grados, según el Instituto Geofísico del Perú), el hecho de que ocurriese a una profundidad de casi 140 kilómetros matizó su impacto e hizo que no pasara de un fuerte sacudón. Sin embargo, nada nos garantiza que la próxima vez salgamos de la misma situación con tan solo un susto.
El temblor ocurrió unas horas antes de que se realizara el último simulacro multipeligro del año, diseñado justamente para preparar a la población de la eventualidad de sufrir un movimiento como el de la tarde, solo que con consecuencias mayores. Como un recordatorio de la tierra de que debemos tomarnos estos ensayos en serio antes de que sea demasiado tarde.
No hace falta que el suelo tiemble para que los peruanos, especialmente quienes viven en la costa, nos acordemos del peligro que subyace debajo de nuestros pies. Desde este Diario, a través de campañas como #EstemosListos, llevamos tiempo recordando que son más de 270 años los que llevamos de silencio sísmico, desde que el terremoto de 1746 alcanzara los 8,8 grados de magnitud y dejara casi 10.000 víctimas entre Lima y el Callao. Desde entonces, la energía generada por la fricción continua de las placas de Nasca y sudamericana frente a nuestras costas ha creado, según los expertos, tres zonas de alto acoplamiento sísmico que podrían desembocar en un gran terremoto en cualquier momento.
Por ello, los simulacros como el de anoche son importantes. Como hemos dicho antes, los sismos no matan por sí solos; lo que mata es la mala planificación urbana y la pésima reacción de las personas. Y el Perú falla clamorosamente en ambos. Por un lado, ciudades como Lima están llenas de edificaciones sobre suelo no apto o de viviendas autoconstruidas que no se ajustan a los parámetros necesarios. Por el otro, muy pocas personas cuentan con mochila de emergencia, con un plan claro de evacuación de sus hogares o sus centros de trabajo, o con una estrategia para saber qué integrante de la casa se encargará de qué labores cuando se desate un sismo de grandes magnitudes.
Aunque parezcan pequeñas, estas acciones pueden hacer la diferencia entre la vida y la muerte cuando no estemos frente a un simulacro, sino a un terremoto de grado considerable.