Editorial El Comercio

En pocos años, , el economista libertario argentino, pasó de ser una figura excéntrica en la periferia del debate político a encabezar el gobierno de su país. Ayer, el expresidente Alberto Fernández cedió el poder que había conservado el peronismo al líder del partido La Libertad Avanza, tras la victoria de este último sobre el actual ministro Economía, Sergio Massa. Bajo la promesa de reformas radicales, Milei ascendió a lo más alto de la política a pesar de su estilo confrontacional y polarizador, o quizá justamente debido a él.

Al margen de las opiniones sobre Milei, si hay algo que no permite dudas es que la economía argentina sí requiere cambios de fondo. Un país históricamente rico ha sido sumido, en las últimas dos décadas, en una espiral de debacle económica e inestabilidad solo superada por la de Venezuela en la región. El peronismo, desde Néstor Kirchner hasta el propio Fernández, ha llevado a Argentina a una situación insostenible con transferencias desmedidas, intervencionismo, política macroeconómica insensata y populismo. Los rescates multimillonarios del Fondo Monetario Internacional nunca fueron suficientes para superar el esquema económico asistencialista e irresponsable que adoptaron los líderes argentinos. La presidencia de Mauricio Macri, entre el 2015 y el 2019, ofreció tan solo cambios graduales y sin la convicción suficiente para quebrar la tendencia. Macri es hoy aliado de Milei.

Para sus simpatizantes, Milei representa la nueva oportunidad de Argentina de salir del atolladero con ideas frescas que devuelvan orden a la macroeconomía y competitividad al sector privado. Desde la segunda vuelta en noviembre, que ganó con la mayor cantidad de votos registrada en elecciones argentinas, el economista ha ido moderando su discurso para acercarse más a un plan de reforma liberal tradicional, similar a aquellos que vivió Latinoamérica entre los años ochenta y noventa. Sus propuestas más radicales, como “dinamitar” el banco central de su país o dolarizar la economía, han perdido prioridad para dar paso a políticas más sensatas. Además, la convocatoria de figuras conocidas de la política argentina ha contribuido a una sensación de autorregulación en Milei que imprimiría más tranquilidad a las familias y empresarios que temen medidas extremas.

Nada de esto será fácil. La situación que hereda es dramática: inflación de más de 100% anual, una moneda muy depreciada, pobreza escalando al 40% de la población, controles intervencionistas en incontables sectores y gastos públicos insostenibles. En este contexto, cualquier proceso de ajuste es costoso y tiene implicancias sociales fuertes en ingresos y empleo (los recuerdos del Perú de inicios de los años noventa pueden servir como referencia). Eliminar subsidios, liberar precios y privatizar empresas públicas son algunas de las políticas que causarán más resistencia de grupos organizados. La influencia política de Milei en el Legislativo, por lo demás, es limitada, lo que constriñe su margen de acción frente a un peronismo que mantiene cuotas de poder desestabilizador. La capacidad de Milei de atraer a la mejor gente para su gobierno tampoco queda del todo clara.

Si Milei logra moderar sus formas y tender puentes políticos sin comprometer la esencia de su mensaje de mayor libertad y reformas valientes, puede tener una oportunidad real de empezar a cambiar la trayectoria de su país. El Perú tiene una relación histórica con Argentina, y no podría sino desearle la mejor de las suertes a un país hermano que empieza una nueva etapa política con promesas de cambio profundo –y ahora más responsable– frente al desgobierno de los últimos 20 años.

Editorial de El Comercio