Editorial El Comercio

Por su naturaleza, los congresos no suelen ser populares en ningún país de la región, y menos aún en tiempos de polarización política global. Pero los méritos que está haciendo en particular el del Perú para llegar a los niveles de aprobación inferiores a cualquier Parlamento son innegables. A las acusaciones de corrupción contra el grupo de parlamentarios por el Caso ‘Los Niños’ se suman varias otras de distinto calibre y frivolidad. Entre las más extendidas está la imputación de recorte de sueldo a trabajadores del Congreso –están implicados más de 10 congresistas– o el mal uso de la semana de representación y de los gastos operativos del Congreso.

A mediados de mes, sin embargo, se hizo efectiva una disposición que perjudica seriamente la imagen, no de unos cuantos parlamentarios, sino de la gran mayoría. La Mesa Directiva del Congreso, presidida por el legislador Alejandro Soto (Alianza para el Progreso), decidió otorgar una “bonificación extraordinaria” para todo el personal del Legislativo por dos UIT, o casi S/10.000. Si bien habrían sido dos sindicatos de trabajadores del Congreso los que promovieron la transferencia adicional para administrativos, asesores y otros trabajadores, el acuerdo de la mesa incluyó a todos los parlamentarios en la bonificación. Son contados con los dedos de una mano los que la han devuelto.

La medida ha sido –con razón– ampliamente cuestionada. Para comenzar, no queda del todo claro la legitimidad de lo dispuesto. Los , como cualquier gasto público, deben estar incluidos en las disposiciones presupuestales aprobadas el año anterior, y no ser –más bien– regularizados sobre la marcha sin mayor justificación porque existe presupuesto pendiente sin ejecutar. Peor aún si quienes aprueban los bonos son las mismas personas que los reciben. Este exceso invita, de fondo, a revisar posibles vicios en las partidas presupuestales que recibe el Legislativo.

En segundo lugar, el Congreso –una institución también responsable de velar por la estabilidad de las finanzas del Estado– envía un mensaje de frivolidad y angurria al resto de la administración pública. Por ejemplo, ahora que toca el debate de la Ley de Presupuesto del 2024, ¿con qué autoridad moral podrán los congresistas acotar las partidas de otros funcionarios públicos mientras ensanchan sus propias billeteras?

En tercer lugar, las justificaciones que han ensayado los parlamentarios tan solo han empeorado su imagen. José Cueto, vocero alterno de Renovación Popular, dijo que “de ninguna manera” devolverá el dinero, pues “los congresistas son los que realmente generan todo en trabajo acá”. Lady Camones, congresista de APP, señaló, en una alocución que bien podría confundirse con el sarcasmo, que verá cómo puede “darle una utilidad social” al bono por esta “época navideña, cuando hay gente que tanto necesita”.

En la misma línea generosa de Camones, Flavio Cruz, vocero de Perú Libre, prometió que el bono lo distribuiría a los niños de Puno en juguetes y chocolatadas, premios para estudiantes destacados y deportistas. Finalmente, Arturo Alegría, primer vicepresidente del Congreso, indicó que la Mesa Directiva de la que forma parte tomó la decisión para compensar “horas extras y trabajo acumulado”. “Que en otros espacios exista esa injusticia [que no haya bono] no significa que debería ser algo permanente. Yo llego a las 8 a.m. y salgo 11 p.m., no tengo sábados y no tengo domingos”, agregó.

En general, la desfachatez con la que se han justificado los parlamentarios es probablemente igual de grave que el forado fiscal de S/30 millones que dejan los bonos. Esta desvergüenza contribuye a la pérdida de legitimidad de un poder del Estado que ya cargaba con una imagen muy deteriorada. Luego de este penoso trance, incluso sus más tenaces defensores deberán admitir que para varios legisladores su comodidad económica va por encima de la reputación del Congreso y de los intereses de la nación. Y, a diferencia de los anteriores, lo realmente grave del episodio es que invita a pensar que no serían solo varios los que están en este barco, sino quizá la mayoría.

Editorial de El Comercio