Editorial El Comercio

El último jueves 26 de octubre se conmemoraron 25 años de los , que pusieron fin a más de cinco décadas de disputas entre el y , que comenzaron en 1941, con una conflagración directa entre ambos países, y que registraron picos máximos de tensión en 1981, con el conflicto del Falso Paquisha, y en 1995, con la guerra del Cenepa. Para el Perú, además, estos acuerdos nos permitieron fijar la última de nuestras fronteras terrestres (las marítimas no las cerraríamos sino hasta el 2014), una tarea que comenzó con la independencia y que a lo largo de dos siglos nos costó miles de vidas entregadas en el campo de batalla y, en no pocos casos, cesiones que dolieron.

Llama la atención, por ello, que la fecha haya pasado casi desapercibida. Después de todo, no deberíamos subestimar el valor de una paz a la que se llegó por la vía diplomática, a pesar de todos los enfrentamientos que la precedieron, y que un cuarto de siglo después no solo continúa de pie, sino que ha sido la base sobre la que se ha construido una rica relación entre dos naciones que hoy no solo comparten un flujo numeroso de personas y un intercambio comercial extremadamente beneficioso para ambas partes, sino que también trabajan juntas en materias como seguridad ciudadana o lucha contra el cambio climático.

Este logro en común, además, adquiere una especial relevancia en momentos en los que las diferencias limítrofes vienen causando conflictos en diferentes partes del globo, desde aquellos que cada cierto tiempo exacerban las tensiones entre China y la India en el Himalaya, hasta los que recientemente volvieron a enfrentar a Armenia y Azerbaiyán por el control de Nagorno Karabaj y que forzaron a miles de armenios al éxodo. Por no hablar de la guerra en Ucrania, a la que Rusia ya le quitó la península de Crimea en el 2014 y que busca ahora hacer lo propio con el Donbás, o de aquella otra que lleva décadas contraponiendo a israelíes y palestinos. No por nada el expresidente estadounidense Bill Clinton, que participó en las negociaciones que alumbraron los acuerdos de 1998, aseguró esta semana que “en estos tiempos difíciles en los que vemos tantos conflictos en el planeta, esta paz duradera puede ser una inspiración para el mundo entero”.

Ese es, precisamente, otro de los puntos destacables de este acontecimiento: que se hizo posible gracias al apoyo y a la mediación de países hermanos como Brasil, Chile, Argentina y los Estados Unidos. Un gesto por el que los peruanos siempre debiéramos estar agradecidos y un genuino ejemplo de cooperación en el continente que debería emularse.

Todo ello ha permitido que hoy en día el Perú y Ecuador, dos naciones que mantienen un pasado común incluso desde tiempos precoloniales como parte del Tahuantinsuyo, mantengan lazos provechosos para sus ciudadanos. Según el Ministerio de Comercio Exterior y Turismo, el año pasado, por ejemplo, las exportaciones peruanas alcanzaron niveles récord al superar los US$1.300 millones. Ecuador es, además, el quinto socio comercial del Perú en Latinoamérica, y más de 1.500 empresas peruanas han posicionado sus productos en el mercado ecuatoriano.

Adicionalmente, en estas dos décadas y media se han concretado tres ejes viales (Guayaquil-Piura, Arenillas-Sullana y Loja-Sullana), cinco puentes internacionales y dos centros binacionales de atención en frontera, uno en Huaquillas y otro en Macará, que permiten un intercambio ágil de personas, bienes y servicios. Por no mencionar los 15 gabinetes binacionales que se han celebrado entre ambos países y que han permitido avanzar en la coordinación de asuntos diversos e importantes para peruanos y ecuatorianos.

Por supuesto, quedan retos pendientes para ambos países, como la gestión de la migración venezolana o la lucha contra el crimen transnacional y el narcotráfico, pero también queda la convicción de que es mucho más fácil hacerles frente en paz y que esta sí puede alcanzarse por una vía diferente a la de los fusiles y las bombas.

Editorial de El Comercio

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