La última encuesta nacional realizada por Datum Internacional para este Diario ha revelado que la popularidad de la presidenta Dina Boluarte, que presentaba desde hace tiempo niveles inéditamente bajos, lejos de haberse recuperado en este último mes, ha descendido más. La gobernante registra en todo el país una aprobación de apenas 3%, mientras que su desaprobación alcanza el 94%. Un auténtico récord.
Las razones de esa pobrísima performance no son un misterio. Tienen que ver, esencialmente, con la situación de la economía y la inseguridad en el territorio nacional. Y de seguro con la ausencia de transparencia de su parte en todos los asuntos por los que está bajo la lupa del Ministerio Público, el Congreso y la prensa. Es importante, por otro lado, señalar que hablamos de un estado de cosas que tampoco podrá ser revertido con el aumento de la remuneración mínima vital, una tentación permanente de las administraciones que se encuentran en trances como el que las cifras de esta encuesta dibujan.
La ironía que una aprobación tan baja como la de la jefa del Estado entraña, sin embargo, es que el margen de mejora es enorme. Lo que la mandataria requiere, entonces, es ver la actual circunstancia como una oportunidad y activar sus adormilados reflejos políticos. ¿No es acaso la presente una ocasión ideal para hacer algunos cambios que se caen de maduros en las áreas más problemáticas? Relevar a Juan José Santiváñez en el Ministerio del Interior, cuyos desaciertos en el manejo de su sector son clamorosos, sería, por ejemplo, un buen principio. Lo mismo cabría decir de los responsables de las descabelladas decisiones adoptadas recientemente a propósito de Petro-Perú… Pero aún mejor sería dar marcha atrás en esas decisiones. ¿Se imagina la presidenta a dónde llegará su popularidad la próxima vez que la petrolera estatal extienda la mano para solicitar un enésimo millonario rescate financiero con la plata de todos los peruanos?
Sería conveniente, finalmente, un cambio de actitud de la señora Boluarte hacia la prensa, brindando por fin respuestas a las numerosas interrogantes que se ciernen sobre ella. Total, no tiene nada que perder; sino, más bien, todo por ganar.