Editorial El Comercio

La semana pasada, en Pucallpa, , de 54 años, atacó a su expareja a machetazos hasta dejarla al borde de la muerte. Los cortes eran innumerables a lo largo de todo el cuerpo e incluso le habían volado varios dedos. Detenido horas después por la policía, Sandoval confesó el crimen y aseguró que lo hizo en un arranque de “cólera”. “Mi intención era arreglar a las buenas, pero ella no…”, dijo ante las autoridades. Más temprano ese mismo día, en Huancayo, , de 27 años, acudió al mercado donde trabajaba su expareja para supuestamente hablar con ella. La conversación, sin embargo, derivó en pelea. David cogió entonces uno de los cuchillos del puesto de su víctima y le asestó múltiples puñaladas. Al ser detenido más tarde por efectivos policiales, trató de justificarse: “Ella me engañó, me iba a dejar”.

Hoy se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, una fecha instaurada por las Naciones Unidas para reflexionar en torno de un flagelo que cada año se cobra alrededor de 45.000 vidas. De hecho, según la ONU, en promedio, cada hora más de cinco mujeres o niñas son asesinadas por alguien de su familia. Las cifras, aunque reveladoras, pueden parecer frías para muchos; sin embargo, cada una representa un drama y los casos que narramos en el párrafo anterior, y que ocurrieron apenas la semana pasada, deberían hacer que nos paremos a pensar al menos por un momento en lo que estas significan.

En nuestro país, los números continúan siendo de espanto. Hasta octubre, el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables (MIMP) ha contabilizado y 211 tentativas de feminicidios. Esto, por supuesto, hasta el mes pasado; es decir, exceptuando los casos de Teodófilo Sandoval Delgado y de David Hilario Paquiyauri, que entrarán a engrosar la lista cuando se haga el conteo de noviembre. En la mayoría de los casos reportados, además, el agresor era la pareja o una expareja de la víctima. Es más, según la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar (Endes) del 2022, más del 50% de peruanas denunció que había sufrido algún tipo de violencia de su pareja o conviviente.

La violencia sexual es otro mal que acumula cifras de terror. Como informó la ministra de la Mujer, Nancy Tolentino, publicada el 14 de noviembre en este Diario, en lo que va del año más de 6.000 niñas y adolescentes han sido atendidas por haber sido víctimas de violación. La Unidad de Periodismo de Datos de El Comercio (ECData) reveló, por otro lado, que cada día se reportan nada menos que por parte de profesores a alumnos y que de los casi 19.000 expedientes abiertos por la fiscalía por violencia sexual entre el 2012 y el 2023, culminó en una sentencia.

Lo más triste de todo es que no solo estamos ni remotamente cerca de erradicar la violencia de género en nuestro país, sino que a nuestras autoridades el tema ni siquiera parece importarles mucho. Ya hemos mencionado anteriormente el enorme vacío que significó el hecho de que la presidenta no le dedicase una línea a este problema durante su mensaje a la nación del 28 de julio pasado, que duró más de tres horas. Pero, en honor a la verdad, ninguno de sus predecesores se caracterizó por trabajar especialmente en este frente. Por el contrario, lo que hemos tenido en los últimos años ha sido una serie de ministros, congresistas y autoridades locales denunciados por violencia física, psicológica y sexual contra mujeres.

Desde este Diario hemos sido enfáticos en denunciar esta problemática y lo seguiremos siendo. No solo para que las autoridades tomen conciencia de lo que significa, de las vidas que se cobra y del daño que produce en cientos de mujeres, niñas y adolescentes cada año. Sino también para que nuestra sociedad entienda que este es un problema que nos corresponde a todos y que no puede ser ni invisibilizado ni menospreciado.

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