(Foto: El Comercio)
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Editorial El Comercio

En este Diario hemos insistido permanentemente y desde hace años en la necesidad de una reforma laboral que suponga flexibilizar la normatividad que rige las contrataciones y los despidos en nuestro país, si se quiere que el empleo formal crezca y, con él, las inversiones y la generación de riqueza.

No nos cansamos de recordar que en el Perú, siete de cada diez personas con algún tipo de trabajo se ven en la necesidad de desarrollarlo en la informalidad a causa de que, como registra el ránking del Foro Económico Mundial 2016-2017, tenemos uno de los diez regímenes laborales más rígidos del planeta. Aparte de la marginación en materia de derechos laborales que ese estado de cosas entraña para el 70% de los trabajadores peruanos, además, las empresas que se mueven en la informalidad tienen, según datos del INEI, una productividad que equivale a un tercio de la productividad laboral total de la economía y a un quinto de la productividad del sector formal.

Ocurre, sin embargo, que, a pesar de su gravedad, este problema es rehuido por nuestros gobernantes y quienes aspiran a serlo. Desde la izquierda, por razones ideológicas, se reclama más bien una mayor rigidez; sobre todo en lo que concierne a los despidos. Y en el resto del espectro político, nadie quiere enfrentar el costo de ir contra quienes representan la fuerza laboral sindicalizada, pues aun cuando esta constituya una minoría cuyos ‘derechos adquiridos’ marginan a la vasta mayoría, la circunstancia de que estén organizados les confiere un peso relevante en las coyunturas electorales.

Para colmo de males, una interpretación del Tribunal Constitucional restableció años atrás la ‘estabilidad laboral absoluta’, añadiendo a la inmovilidad de los políticos para tomar al toro por las astas complicaciones legales.

En la medida en que es encabezado por una persona que, por razones obvias, nunca iba a tentar la reelección, algunos pensaron que este gobierno podría tener la presencia de ánimo para poner en marcha esta reforma. Pero rápidamente esa ilusión quedó descartada. En CADE del 2017, por ejemplo, la sola mención del tema hizo palidecer a más de un ministro durante las exposiciones. Y evasivas del tipo “quizá [este] no es el foro adecuado para hablar de esto” fueron alternadas con generalidades sobre “ir al Consejo Nacional de Trabajo” y llegar a una propuesta ‘de consenso’ en él.

La llegada de un nuevo titular al sector, no obstante, lleva siempre a preguntarse si acaso él tendrá la determinación de ponerle el cascabel al gato. Pero, lamentablemente, parece que en el caso de Javier Barreda la respuesta seguirá siendo negativa.

En dos entrevistas concedidas en los últimos días –una a este Diario y otra a Canal N–, el flamante ministro de Trabajo deja claro, efectivamente, que la urgente reforma no será una de sus prioridades. Al tiempo de intentar minimizar la evidencia que ha aportado sobre el particular un trabajo del investigador Miguel Jaramillo para Grade en el 2017 (“Los efectos desprotectores del empleo: el impacto de la reforma del contrato laboral del 2001”) contraponiéndolo a unos vagos “estudios que ha visto”, Barreda señala en El Comercio que “quisiera tener una posición mucho más acabada” para poder pronunciarse sobre la materia y que “dado el clima político general”, ve “poco viable” plantear una reforma tan discutida… En buena cuenta, un nuevo ropaje para las excusas políticas que hemos venido escuchando en los últimos 15 años para quitarle el cuerpo al reto.


Una persona que acepta una cartera como esta –máxime si, como Barreda, ha sido ya viceministro del sector en una gestión anterior– no espera a ceñirse el fajín para formarse una ‘posición’ sobre tan delicado asunto. Y, por otro lado, si el ‘clima político’ es un problema difícil de sortear, cabe preguntarse en qué consisten entonces las habilidades que uno da por sobreentendidas cuando se ofrece para gobernar o acepta integrar el equipo que está llamado a hacerlo.
Hablar del clima es ciertamente un socorrido recurso de quienes quieren rehuir los temas serios, pero es lo último que nos hace falta escuchar en esta coyuntura.