Martín Vizcarra asumió la presidencia del Perú el 23 de marzo. Diez días después, como indicó, presenta a su Gabinete Ministerial. (Foto: APP)
Martín Vizcarra asumió la presidencia del Perú el 23 de marzo. Diez días después, como indicó, presenta a su Gabinete Ministerial. (Foto: APP)
Editorial El Comercio

Con algo de demora, la vicepresidenta y congresista Mercedes Araoz reaccionó esta semana a una pulla que el actual presidente del Consejo de Ministros, César Villanueva, lanzó el 2 de abril, horas antes de asumir el cargo. Lo que el primer ministro señaló en aquella ocasión fue que la administración que recién se estrenaba no se iba a caracterizar “por clisés, nombrecitos de ‘Gabinete de lujo’, sino [por] trabajo, trabajo, trabajo”. “El escritorio del ministro puede empolvarse porque no está allí, porque tiene que estar donde las papas queman”, añadió.

Sus frases eran una obvia referencia a los gabinetes que, dentro de este mismo gobierno y bajo la presidencia de Pedro Pablo Kuczynski, habían antecedido al que estaba por jurar; y en esa medida, es lógico que la señora Araoz, quien presidió el segundo de ellos, se sintiera aludida. “Los ministros que estuvieron en mi Gabinete salieron y viajaron muchísimo”, respondió ella entonces en una entrevista. Y más adelante deslizó: “De repente [Villanueva] no tomó nota”.

La verdad, sin embargo, es que los responsables de la marcha de este gobierno durante sus primeros 20 meses tenían el escarnio bien merecido. No solo cultivaron durante todo ese tiempo la complacencia frente a la pomposa (auto) denominación de ‘Gabinete de lujo’, sino que nunca supieron llenar de contenido expresiones grandilocuentes como las de ‘revolución social’ o ‘reconstrucción con cambios’.

Retar la facilidad retórica de la anterior administración, no obstante, entraña un riesgo para la que encabezan ahora el presidente Martín Vizcarra y el ministro Villanueva. A saber, el de caer en esa misma vocación por la prosopopeya sin sustancia y convertirse ellos también en víctimas del descrédito que sus antecesores se ganaron a pulso.

La luna de miel de la que goza esta ‘segunda fase’ del ppkausismo será ciertamente más breve que aquella de la que disponen habitualmente los gobiernos recién elegidos. Y aunque es difícil predecir de manera exacta cuándo podría comenzar a extinguirse, el día de la presentación del Gabinete ante el Congreso (para la que solo quedan, de acuerdo con lo que establece la Constitución, 20 días naturales) luce como una opción bastante verosímil.

El problema es que las hojas del calendario vuelan rápido y, mientras tanto, lo que obtenemos de los representantes del Ejecutivo son… clisés.

Por si no fuera poco lo que dijo Villanueva en la mismísima ocasión en la que anunció que iban a rehuirlos (“necesitamos gente que conozca más del Perú, que venga de adentro”, “el ministro de Agricultura en las chacras, el ministro de Energía y Minas en las minas”, “el diálogo va a ser una herramienta fundamental para nosotros”), hay muchos otros ejemplos.

Sin ir muy lejos, ese mismo día el flamante presidente del Consejo de Ministros escribió en su cuenta de Twitter mensajes como: “Este será un gobierno de todos los peruanos. Todos debemos sumar” o “Se acabó el vía crucis de ir de ministerio en ministerio”.

Y en una entrevista televisiva concedida por esas fechas, proclamó: “[Este] es un gobierno que queremos que sea fuerte, moderno, pero con alma y cariño provinciano”.

El presidente Vizcarra, por su parte, también ha aportado lo suyo a esta antología de buenas intenciones. “Este nuevo gobierno va a trabajar intensamente para atender las necesidades de toda la población. Y eso lo vamos a lograr trabajando juntos y unidos”, recitó, por mencionar un caso, el 9 de abril en San Martín.

Y no es que la exaltación de la laboriosidad de los nuevos funcionarios, la necesidad de acabar con la desunión política o la exaltación de los valores provincianos sea negativa o carente de valor. En realidad, podría ser hasta indispensable… pero no debe extenderse por mucho tiempo; sobre todo, cuando se ha partido por prometer que los lugares comunes no serían la característica de esta nueva administración.

De lo contrario, esa misma afirmación resultaría haber sido uno de ellos y la disimulada confrontación de la que empezamos hablando, solo una lucha de clisés.