Martín Vizcarra
Martín Vizcarra
Editorial El Comercio

El Congreso recibe hoy al vicepresidente y ministro de Transportes y Comunicaciones, , para cumplir con un acto político largamente postergado: la interpelación por la adenda al contrato del Estado con el consorcio Kuntur Wasi para la construcción del . Como se sabe, esta debió tener lugar hace casi dos meses, pero se la dejó caer –al dejar la mayoría de bancadas deliberadamente sin quórum la sesión del pleno convocada para tal fin– para que el ministro pudiera atender los problemas derivados de la emergencia provocada por El Niño costero sin distracciones.

Pasado el momento crítico de tal urgencia, sin embargo, era previsible que se retomase la iniciativa. Máxime cuando han existido alrededor de esa adenda marchas y contramarchas de parte del Ejecutivo y del propio Martín Vizcarra que generaron dudas e inquietud no solo en la oposición parlamentaria, sino en toda la ciudadanía. En particular, la decisión del ministro de suspender momentáneamente, a fines de enero, la firma de la adenda ante una ‘exhortación’ de la Comisión Lava Jato. Y luego la declaración que dio frente a los cusqueños a principios de marzo y con referencia al contrato en general: “Si ustedes me dicen que lo anule, lo hacemos”. Dos gestos con los que transmitió una disposición francamente vacilante con respecto al proyecto tal como está formulado.

Las interpelaciones, por lo demás, no solo son un derecho de la representación nacional, sino parte habitual de la relación entre Legislativo y Ejecutivo, y de los pesos y contrapesos que deben producirse entre los poderes del Estado. ‘Gimnasia parlamentaria’ las ha llamado alguien. Y en realidad, hasta podríamos decir que constituyen sesiones de esgrima, porque es habitual que en ellas menudeen lances de filo político. No en vano suponen un escalamiento en la severidad con la que se interroga a un miembro del Gabinete en una estación de preguntas o una invitación a alguna comisión del Congreso.

Por la misma razón, no obstante, vale la pena recordar que la esgrima no es una reyerta. Supone, sí, una confrontación, pero bajo determinadas reglas que le dan altura y dignidad. Y lo mismo cabe esperar, por supuesto, de una interpelación.

La observación no es gratuita, pues todos tenemos presente todavía el ambiente en el que se desenvolvió en diciembre pasado la interpelación y posterior censura al entonces titular de Educación, Jaime Saavedra: el de una hostilidad creciente de parte de la bancada mayoritaria, que nunca trató de disimular su decisión de licenciar al ministro aun antes de haberlo escuchado.

Esta vez las circunstancias son algo distintas, pues el sector de la oposición que ha adelantado una vocación censuradora no ha sido el de (FP), sino el de Acción Popular (por boca del congresista Víctor Andrés García Belaunde). Pero la enrarecida atmósfera que se respira en el Parlamento tras los pulseos producidos en torno a la posibilidad de cambiar la situación penitenciaria del ex presidente Fujimori sugiere una probable actitud de parte de la bancada mayoritaria hacia el oficialismo que podría traducirse en tonos de voz inadecuados, preguntas fuera de lugar o vapuleos de desahogo.

Nada de eso, sin embargo, parece ser lo que la ciudadanía espera de la sesión de hoy. Entre otras razones, porque el cruce de pullas en las que la forma pesa más que el contenido no es el mejor de los contextos para sacar conclusiones claras y distintas sobre un contrato, sus adendas o una gestión ministerial en general. Una advertencia que, por cierto, vale tanto para las bancadas de oposición como para la gobiernista.

Es evidente, no obstante, que serán principalmente aquellas las que estarán bajo observación durante esta jornada y que, por lo tanto, no deberían desaprovechar la ocasión para demostrar que en el ejercicio que tienen por delante –y ya sea que este adopte las formas de mera gimnasia o adquiera ribetes de esgrima– lo cortés no tiene por qué quitar lo acucioso.