(Foto: Presidencia/El Comercio).
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Editorial El Comercio

En nuestra historia política reciente, el diálogo ha sido un recurso para ganar tiempo o neutralizar al adversario antes que un instrumento para llegar a acuerdos que luego se tradujesen en acciones verificables. Por lo general, han sido los gobiernos de turno los que, ante un contexto adverso, han convocado a rondas de conversaciones con los otros sectores políticos. Revísese, por ejemplo, las ocasiones en que, desde Palacio, el humalismo o la segunda administración aprista cursaron a la oposición invitaciones en ese sentido, para comprobar la veracidad de este aserto.

Como hemos visto en estos días, sin embargo, la iniciativa puede partir también –y por razones bastante similares– de una fuerza mayoritaria en el Congreso.

De manera sostenida, en efecto, Fuerza Popular (FP) ha venido recientemente solicitándole al presidente Vizcarra alguna forma de concertación. Desde el mensaje de Keiko Fujimori –emitido antes de ser encarcelada por 36 meses tras darse una orden de prisión preventiva en su contra– invocando a “un verdadero reencuentro” entre todos los peruanos hasta la carta protocolar en la que el congresista Miguel Torres (coordinador del comité encargado de la reconstrucción del partido) le pide una reunión “para construir una agenda de consenso” que permita poner en marcha reformas legislativas necesarias para el desarrollo del país, el discurso del fujimorismo se ha volcado de pronto a demandar en tonos melifluos aquello a lo que antes solo consentía a regañadientes o simplemente desdeñaba.

No olvidemos que, mientras ejercía la presidencia de la República, Pedro Pablo Kuczynski tuvo con la líder de la oposición dos encuentros cuya negociación fue tan trabajosa como estériles sus consecuencias.

La circunstancia de que este llamado al diálogo se produzca en momentos en los que FP y su dirigencia atraviesan un trance muy difícil (tanto en lo judicial como en lo político) ha despertado, por lo tanto, lógicas suspicacias y exigencias de que el giro retórico sea acompañado por un cambio en el comportamiento. Nada de eso, sin embargo, debería ser motivo para dejar pasar la oportunidad que se ha abierto.

En este Diario insistimos en la necesidad de un diálogo como el que ahora se ofrece desde el inicio del gobierno de Peruanos por el Kambio. Y cuando Martín Vizcarra asumió la jefatura del Estado comentamos la posibilidad de una tercera reunión (después de las dos que la señora Fujimori tuvo con Kuczynski) escribiendo: “Es primordial no echarla a perder, porque difícilmente habrá otra”.

No sabíamos entonces que el actual mandatario ya había conversado en privado con la líder de FP. Pero la forma negativa en que ambos interlocutores terminaron refiriéndose a esas citas, una vez que se hicieron públicas, no hace sino confirmar la fragilidad de esos eventuales contactos. Y, por ende, la necesidad de no desperdiciar esta ocasión.

Al responder al pedido del fujimorismo, el presidente Vizcarra ha puesto de relieve que la iniciativa original fue suya (lo que hace temer que la materia se convierta, una vez más, en una mera disputa por cierta ganancia política), pero no ha cerrado las puertas a la propuesta.

Al inconveniente de la suspicacia que mencionábamos antes, no obstante, el presidente del Consejo de Ministros, César Villanueva, le agregó a la posible conversación la condición de que “se defina la situación [judicial] de la señora Fujimori”. Y aunque ese requisito ya ha sido superado, el primer ministro luego añadió que es importante que el Congreso primero resuelva las otras tres denuncias constitucionales contra el fiscal de la Nación, Pedro Chávarry, y que “se necesita la tranquilidad” de un contexto político más calmado, por lo que plantea esperar hasta después del referéndum del 9 de diciembre.

Sin duda la presencia de Chávarry como cabeza del Ministerio Público es un factor que dificulta la posibilidad de un diálogo entre el Ejecutivo y la mayoría parlamentaria. Lo que corresponde ahora, sin embargo, es tomar todas las precauciones del caso y desde luego involucrar a otros sectores en el diálogo, pero aprovechar la oportunidad. Buscar, en suma, que por una vez los supuestos acuerdos entre el gobierno y la oposición no queden en una dimensión platónica y encuentren una materialización ventajosa para todos.

El diálogo, hemos dicho en esta página, no es un plan de gobierno, pero puede servir para retirar los obstáculos a su puesta en práctica.