Desde tiempos virreinales las campanas han sido el gran “correo” de los limeños. Todos conocían sus diversos toques que acompañaban momentos de zozobra, dolor o regocijo. Sin embargo, con el paso de los años, algunas personas se sienten abrumadas por el ruido del metal. Así, por ejemplo, vecinos de San Sebastián se quejan del campaneo que se escucha cada vez que sale el Viático en pos del alivio espiritual de un enfermo. Igualmente los vecinos de Nazarenas protestan del “despertador” obligatorio que le han impuesto las monjitas de este monasterio, donde se repican las campanas todos los días a las cinco de la mañana. Creemos que las quejas tienen mucho de razón. Campaneo, si, pero sin llegar a molestar.