La ciudad está llena de gitanos. Muchos de ellos recorren las calles centrales con sus exóticas vestimentas, sus rostros bronceados y sus rudas facciones. Algunos realizan malabares causando la admiración de grandes y pequeños. Para ganarse la vida han armado tablados en las calles Mercaderes y Espaderos, en la Plaza de Armas y en el Paseo Colón. Allí venden objetos, adivinan la suerte y hacen escuchar sus alegres canciones. Viven fuera de la ciudad, en los arrabales, donde han levantado sus tiendas de campaña. Vienen desde muy lejos después de haber cubierto a pie grandes distancias en un eterno peregrinar. En sus familias no existen más niños que los de sus mujeres. Olvídense de leyenda absurdas.