A las dos de la tarde del día 3 de noviembre se notaba una ligera mejoría en Abraham Valdelomar. El enfermo pidió leche y, mientras la traían, un amigo le dijo que lo veía muy mejor, a lo que este contestó con profunda convicción: “No, estoy muy grave; yo me muero”. Efectivamente, instantes después le sobrevenía fuerte ronquera, perdía el conocimiento, ya no se daba cuenta de la leche que le hacían beber, y sin los crueles estertores de la agonía, sin un movimiento, trasponía el umbral de la vida y penetraba en los insondables arcanos de la muerte. H.L.M.
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