Como se sabe, entre nosotros se halla terminante prohibido el juego de azar. Lamentablemente, la prohibición no se cumple con el rigor que es menester, lo que significa un perjuicio para el Estado y una inmoralidad mayor, si cabe, porque se sostiene a base de violar una disposición constitucional rigurosa. En no pocas provincias del país, el juego clandestino es ya algo normal, que se refugia en barrios apartados que todos conocen y donde las autoridades, de manera condenable, nunca asoman. Exigimos que las autoridades cumplan con su deber o renuncien.
H.L.M.