Un cablegrama procedente de Nueva York anuncia el remate público de las colecciones artísticas de Enrico Caruso. Al golpe triste del martillo van a dispersarse e incluso desaparecer las magníficas joyas que le obsequiaron los magnates, las condecoraciones de los reyes, las tarjetas de oro de las corporaciones y tantas cosas más. Las colecciones de Caruso de pintores de nombradía, porcelanas, esmaltes, eran célebres; el divino cantante las amaba, las reunía con deleite, las contemplaba con sus ardientes ojos negros, las acariciaba. Eran algo de su propia vida. H.L.M
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