(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
(Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
Hace 100 años

En Lima abundan callejones, pero estos se han vuelto serios y melancólicos. Ya no le quedan la jocundidad y solo permanecen la pobreza e incluso la amargura. En noches de antaño, las puertas de los callejones se llenaban de jovencitas pintureras que oían encantadas las notas campanillescas de los pianitos ambulantes. Entonces se comía temprano y había tiempo para tertulias y para la música. A las 10 de la noche, los callejones cerraban sus puertas, dejando un portillo abierto hasta las 11 y, una vez por semana siquiera, se armaba la jarana típicamente criolla. H.L.M.