"El ‘primer editor de la nación’ tiene poderes limitados y no puede dictarle a los medios lo que pueden publicar o preguntar. Con eso en mente, viene ensayando algunas estrategias para librarse de sus problemas". (Foto: Presidencia)
"El ‘primer editor de la nación’ tiene poderes limitados y no puede dictarle a los medios lo que pueden publicar o preguntar. Con eso en mente, viene ensayando algunas estrategias para librarse de sus problemas". (Foto: Presidencia)
/ Cesar Fajardo

El presidente aspira a ser editor de medios de comunicación. Como ha demostrado en los últimos días, cree tener nociones muy claras sobre cómo estos deben operar y los temas que deben priorizar. Por ello, el pasado lunes le reclamó a un grupo de periodistas que lo entrevistaba: “¿Por qué no se centran en los temas importantes?”, y los describió como un “chiste”, con el fastidio de un jefe –un poco patanesco– que vuelve a ver a su redactor cometer un error insolente.

“Esta prensa es un chiste”, fue lo que dijo, al evadir una pregunta sobre sus aparentes mentiras ante la Fiscalía de la Nación a propósito de un caso de corrupción que lo vincula. Se refiere a “esta prensa” porque claramente tiene “otra” en mente que para él sería ideal. Él quiere una más centrada en los objetivos del régimen, una que haga eco de su populismo y que le plantee preguntas a su medida, especialmente luego de su encuentro traumático con Fernando del Rincón. Interrogantes como las siguientes: ¿cuál es su color favorito, presidente?, ¿cómo hace para conseguir nombramientos tan atinados en el Ejecutivo?, ¿es difícil ser un hombre de pueblo en la jefatura del Estado?, ¿le gusta el cebiche?, entre otras.

Sueña con su propio “Pravda”, el periódico que fundó Vladimir Lenin en el año 1912 y que sirvió como caja de resonancia para la narrativa soviética y para acoger los antojos propagandísticos de los dictadores de la URSS. El nombre se traduce a “verdad”, aunque eso era lo último que ofrecía. Salvo que fuese la “verdad” del régimen. Y es que el presidente Castillo estaría a gusto con medios así, que lo enaltezcan cuando revisa las ‘tablets’ para los alumnos y que lo describan como un héroe cuando se pone un chaleco antibalas y empuña un chicote para “luchar” contra la inseguridad. Estaría contento y, ahora sí, argumentaría que se está cubriendo “lo que le importa al país”. Aunque en esa categoría pueda caer cualquier tema que no tenga que ver con los esqueletos (o los US$20.000) que esconde Palacio de .

El ‘primer editor de la nación’ tiene poderes limitados y no puede dictarle a los medios lo que pueden publicar o preguntar. Con eso en mente, viene ensayando algunas estrategias para librarse de sus problemas. Así, por ejemplo, poco después de llamar “chiste” a la prensa, en un evento en Jicamarca se forró en un cerco de policías para que los reporteros no puedan acercársele. Como las preguntas no le iban a gustar, prefirió evitarlas.

Pero las maniobras editoriales del Gobierno también se vienen expresando de formas más graves. El martes por la noche, luego de que el mandatario se acorazara en hombres de verde para mantenerse alejado de los micros, el ahora ex periodista de TV Perú Enrique Chávez anunció su despido del canal del Estado. “La pluralidad”, que el hombre de prensa aseguró promover durante los últimos cinco gobiernos, “no parece ser la bandera”, explicó. Una señal macabra que coincide con la incomodidad que había expresado hace algunos meses el titular del MTC, Juan Francisco Silva, sobre la señal nacional: “Canal 7 nos golpea a nosotros como si fuera un canal extraño, también tenemos que hacer cambios ahí”. En corto, buscan propaganda solventada con nuestros impuestos, no periodismo.

A esto se añade la denuncia de Ximena Pinto, secretaria de Comunicación Social de la PCM, sobre el uso político, y no técnico, que el primer ministro Aníbal Torres (siempre matón con la prensa) busca darle a la publicidad estatal. El objetivo de esta es mantener informada a la ciudadanía, pero el Ejecutivo quiere usarla de forma irregular como herramienta para castigar a los medios críticos.

Con todo esto, es evidente que Castillo y compañía son enemigos jurados del ejercicio del periodismo y la libertad de expresión. Y eso es peligroso, en especial con un presidente vulnerable, débil (un 69% de desaprobación), con raíces autoritarias y, como sugieren las investigaciones, con mucho que perder.