En la audiencia por el caso de los diarios chicha, la apariencia de Fujimori hizo nuevamente noticia. No tanto por el look clochard parisien, sino más bien por esa sonrisa de oreja a oreja que alegró a todos quienes estábamos preocupados por su mala salud. La razón de la sonrisa: le han devuelto el acceso al teléfono.
Es una buena noticia para el fujimorismo. Pronto volveremos a presenciar actos heroicos como los de Julio Gagó y Kenji, quienes el año pasado se atrevieron a impedir el ingreso de personal del INPE para preservar el derecho del presidente de realizar entrevistas sin autorización. Es también una buena noticia para todos los peruanos. Su defensa ha anunciado que el nuevo teléfono permitirá que Fujimori, en su calidad de líder político, opine sobre temas de interés ciudadano. Opiniones, agregaría yo, cuya ausencia solo sobrevivimos gracias a la información que lograba transmitir con empeño a través de Twitter, de cartas o de su defensa (por ejemplo, su preocupación por la desaceleración económica y su convencimiento de que debe primar la presunción de inocencia de Urresti).
No dejemos, sin embargo, que todo esto quite luces del verdadero héroe de esta historia, que logró que se reinstaure el teléfono: William Paco Castillo, el abogado de Fujimori. Es lo mejor que le veíamos desde aquella vez que protagonizó una pulcrísima esquivada a la prensa (que combinó la astucia con la verdad): “El presidente [...] es un enfermo con hipertensión crónica, indudablemente se exalta... si a mí me irrita, cómo estará mi presión, voy a medírmela”.