Esta semana Ana Jara ha servido como vivo recuerdo de aquel famoso refrán sobre el mal que viene por bien. Si hace tan solo un par de días la veíamos acongojada por el rechazo público que le significó la censura congresal, el martes éramos testigos del resurgir más rápido de la historia política. Jara, enfundada con su mejor sonrisa, saludaba –en el sentido más literal del término, es decir, haciendo un hola con la mano– al público televidente del espacio que tiene por esta semana en Willax TV: “La verdad”.
Fue un resurgimiento con gracia. Con esa gracia que quizá le faltó como ministra, pero que amenaz..., perdón, promete sobrarle como candidata presidencial. Al menos si lo que vimos el martes fue algún indicador del futuro.
Ana nos presentaba su lado más humano. Agradecía, por ejemplo, a Humala por invitarla a participar en política, habiendo sabido reconocer la “relación de piel”, el ‘feeling’ que tenía ella con la gente. Contaba, para hacerse quizá más humana, cómo el presidente hizo con ella lo que Augusto Ferrando hubiera descrito como “yo la descubrí”. Es cierto que también hubo conversación más seria (temas de minería, censura y otras oscuridades), pero a mí me tuvo desde el momento en que comenzó a evocar –con apoyo visual incluido– sus épocas de disc-jockey en una radio iqueña.
Quién diría que un movimiento de manos le serviría doble a Jara el martes pasado: para decirle adiós al desprecio congresal; hola a las masas.