Mientras que Nicolás Maduro confesaba este lunes la aparición de un espectro alado con mensajes ultraterrenos del comandante Chávez, Alberto Fujimori nos relataba sus encuentros personales con el esoterismo. Habría sido, pues, una médium quien le dio seguridad para irrumpir en nuestra vida política: en 1986, doña Bertha, “adivina de confianza de mi esposa”, le anunció “con tono de predestinación” que sería el sucesor de Alan.
Ha pasado desapercibida la enorme importancia de esta mención, pues indica que –a pesar de lo que se nos había dado a entender– Fujimori está más optimista que nunca. Solo así se podría explicar que, a estas alturas, recluido, el ingeniero no haya perdido ese amor por el misterio de lo sobrenatural. Recordemos a Salomé, el amuleto de Fujimori, que acudía a todas sus audiencias. Su presencia resultó ser tan potente que algunos fiscales reconocieron el uso de cruces para neutralizar sus poderes, e incluso una abogada admitió portar brazaletes con protectores huairuros.
Sin embargo, como también recordarán, de acuerdo con el ojo futurista de Salomé, antes de fin de año (del 2008, esto es) Fujimori saldría “libre de polvo y paja”. Más reciente es la revelación hecha por el ex procurador Ugaz, según quien el propio presidente le admitió que fue un encuentro con la otredad lo que lo llevó a buscar desesperadamente al Montesinos prófugo en Chaclacayo, cuando se voceaba en todas partes que se encontraba en Panamá.
¿Será tiempo de que Alberto Fujimori busque nuevos asesores? En cualquier caso, celebremos la llama de la fe que arde todavía en él.