“Candidato de lujo” fue una de las expresiones más usadas por los PPKausas para referirse a su líder durante la campaña del 2011. Kuczynski, según ellos, no era un político tradicional; es decir, uno de esos que afirman hoy una cosa y mañana, exactamente lo contrario, con tal de estar en sintonía con lo que la mayoría de votantes piensa. Era, más bien, un hombre dispuesto a contarnos la verdad y prescribirnos los remedios que nos hacían falta, sin importar lo impopulares que fuesen, porque lo que perseguía era el buen gobierno y no el poder en sí.
Semejante postulado, sin embargo, se ha topado en estos días con un inconveniente, pues el indoblegable PPK escribió el viernes pasado en su cuenta de Twitter: “Es buena la medida del nuevo régimen laboral para los jóvenes, aunque debería ampliarse de 18 a 30 años”. Y cinco días después, ante el abucheo que recibió de sus potenciales votantes en el 2016, abandonó su posición inicial a la carrera y sin mucho lujo. “En vista de las reacciones muy negativas que ha provocado, se debe anular el decreto”, declaró. Y encima sostuvo que no había cambiado de opinión.
Si Alan García hasta ahora se sentía solo y seguro en la cancha del verbo liberado del principio de no contradicción, debería empezar a preocuparse.