Debemos empezar el año expresando nuestro más profundo y sincero sentimiento de solidaridad con el ex presidente Alberto Fujimori. Y es que esta semana, el ahora residente del fundo Barbadillo reveló que en realidad él no quería un tercer mandato presidencial.
¿Se imaginan el sufrimiento por el que tuvo que pasar este hombre aquel año 2000? Primero, darse cuenta de que los papeles que había firmado no correspondían a la libreta escolar de Kenji, sino a los formularios de inscripción de su candidatura presidencial. Luego, darse con la sorpresa de que aquellas simpáticas y espontáneas fiestas donde bailaba tan bien la tecnocumbia eran en realidad mítines políticos. Y por último, ir a dejar la banda presidencial el 28 de julio al Congreso de la República solo para encontrarse con la triste y sorprendente realidad: no había nadie a quién dejarle la banda y él tendría que usarla cinco años más, esperando a ver si aparecía un reemplazo.
Esta dramática situación explica por qué mandó un fax renunciando a la presidencia desde el Japón. No fue por la presión política generada por los ‘vladivideos’ o las millonarias cuentas secretas de su asesor, tampoco por el cambio de fuerzas en el Congreso o el creciente aislamiento en la comunidad internacional. Fujimori renunció porque en realidad nunca quiso quedarse. Si tan solo se lo hubiera dicho claramente a Montesinos, cuántas visitas al SIN se habrían evitado.