Cristina Kirchner no pierde ocasión de generar nexos con el pueblo. A veces se mimetiza con los argentinos con clásicas expresiones como “why” o “my God” en su Twitter. En otros casos usa el humor, como cuando se presentó en televisión nacional con Simón (el perro que le regaló el hermano de Chávez, y a quien no podía haber puesto otro nombre que el del libertador), pidiéndole amablemente dejar de jugar con su pelo “porque rompemos relaciones con Venezuela”,
Pero la mejor manera que tiene Cristina de conectarse es en el uno a uno. Ya lo veíamos hace un tiempo en un intercambio epistolar con el papa Francisco en el que dejaba el frío modelo de “carta que parecía escrita de compromiso protocolar del siglo XIII”, como lo llamó, por uno más personal pero no por ello irrespetuoso (“acepté que fuera dirigida a Su Santidad bla,bla,bla, tampoco es cuestión de no aceptar nada”).
Así, no sorprende que haya tendido un puente con el personaje de la semana: el rey Juan Carlos. Ha sido Cristina una de las primeras en reconocer la importancia que ha tenido el rey para proteger las instituciones, agradeciéndole por haber sido “un grito que retumbó en las dictaduras de América Latina”. Por modestia le ha faltado decir a la presidenta que, desde su humilde lugar, ella sigue su ejemplo, tratando de acabar –en nombre de Hugo y Fidel, sus amigos que ya no pueden hacerlo– con las inmorales dictaduras.