Cenaida Uribe ha dado todo por su país. Su jugada más famosa (sin contar esos feroces mates contra Cecilia Tait) ha sido, sin duda, el intento por alegrar la educación de los niños del Perú. Me refiero a la magnífica idea que tuvo para mejorar la rutina escolar: pasar de aprender matemáticas y lengua mirando nuestro horrible cielo gris a hacerlo bajo coloridos paneles de Punto Visual no es poca cosa. Y a esto hay que sumarle otras pequeñas y no por ello menos solidarias acciones, como el desprendimiento que mostró al ayudar a un cercano amigo, cansado después de un vuelo largo, a no tener que hacer cola en Migraciones (cercano amigo cuya identidad no ha podido ser esclarecida debido a que Cenaida, además de respetar su derecho al descanso, se puso firme en respetar también su derecho a la intimidad).
Tanto sudor, sin embargo, fue malinterpretado por el Congreso, que la sacó de la cancha por cuatro meses. Pero todavía puede cambiar su imagen con el 69% de compatriotas, o, como prefiero decirlo a veces, con las 20 millones de personas, que desaprueba su actuar. Espero que al menos eso suceda con la filtración a la prensa de otra desinteresada acción: resulta que una Cenaida más joven, emocionada de poder seguir dando algo a su país después de tantos logros deportivos, habría decidido que nada la detendría en su labor de servicio. Ni siquiera el pequeño obstáculo legal de no tener título de secundaria, obstáculo que, con un pequeño cambio de palabras en su hoja de vida, habría logrado hasta hace poco, con esfuerzo y nobleza, olvidar.