Querido Ollanta:
Viene el discurso de 28 de julio. Entendemos tu incomodidad: la oratoria no es lo tuyo y tus palabras levantan a las masas, pero del sillón a la cama. Sin embargo, hay diferencias entre no ser Cicerón y lo que nos haces cada 28. Por ejemplo, entre cifras, acrónimos y más cifras, tu último mensaje de Fiestas Patrias pareció una lectura de la tabla periódica de elementos químicos.
Te pedimos un favor: no seas monse, pues. Los discursos presidenciales no tienen por qué aburrir. No olvides que muchos crecimos en tiempos de paquetazos y balconazos, cuando los mensajes presidenciales mantenían nuestra adrenalina al máximo ante el suspenso de saber si, una vez terminado el discurso, todavía tendríamos cuentas bancarias o congresistas.
Queremos sorpresas, Ollanta. Podrías deportar congresistas a Crimea. Podrías declararle la guerra a alguien (de preferencia a las Bahamas o Islas Caimán, cualquier otro país podría machucarnos). Podrías contratar a Shakira para que, cual ceremonia mundialista, amenice tus ideas principales (“waka-waka, la prensa me ataca”). O incluso podrías pedirle a Urresti que eche porras en cada intermedio (“Pásame la O, ¡oooo!..., qué dice... ¡Ollanta Humala del Perú ra-ra-rá!”).
En fin, Ollanta, ideas sobran con tal de evitar el tradicional Valium nacionalista de 28. Estaremos expectantes, con el turrón y las maletas hechas por si acaso, como en los viejos tiempos.