Un cambio de ministros aparentemente inmotivado provocó esta semana un festival de especulaciones en los mentideros políticos. Incordios sobre partidas presupuestales, torpezas diplomáticas y agotamientos improlongables se barajaron como las probables causas del alejamiento de tres reconocidos funcionarios del gobierno, pero nadie que realmente conociera los usos y costumbres de quienes llegan a ceñir fajín en esta pomposa democracia nuestra se dio por satisfecho. Y solo entonces apareció la explicación perturbadora: lo que pasa –decía la nueva versión– es que ha habido problemas de mordidas en el Gabinete.
“¿Mordidas en el Gabinete?”, se preguntaron desorientados los analistas, mientras paseaban la vista entre, digamos, la Presidencia del Consejo de Ministros y el despacho de Energía y Minas… Hasta que alguien aclaró que se trataba de mordidas como las que ha popularizado el jugador uruguayo Luis Suárez en el Mundial. Es decir, dentelladas infligidas a los ministros salientes por alguna persona que los veía como contendores y no tenía otra manera de exteriorizar su rabia contra ellos. Según parece, además, no habrían sido estos los primeros casos ni los últimos, pues se habla de la huella de un ataque semejante en el cuello del antiguo premier César Villanueva al momento de su salida y de un sospechoso parche vislumbrado en el hombro del tambaleante titular del Ambiente. Ya lo decía Thomas Hobbes: el ministro es el lobo del ministro. O algo así.